Bienvenidos a estas palabras del alma. Que todos nos reencontremos en el instante de su eternidad.

POEMAS DE ANTONIO ARROYO SILVA





Antonio Arroyo Silva

QUINTO MOVIMIENTO




1

Hay demasiado abismo en la raíz,
no fulge
la ondilación abajo.
No cruje como el néctar
en la lengua del bosque.

Un ciprés invertido
hacia el dolor del tallo.
La aspersión de la rama
se retuerce hacia adentro.
La redondez del hoyo,
la vigilia del labio.


2

Demasiado temor
la sabina en su carne.
Un almíbar ajado por la acritud del hueco
se dispersa en los poros de la salvia,
se adhiere a las manos que hablan
de su desasosiego
de verterse en la sed.


3

La torsíón del alisio.
Discurre su aspereza
hacia arriba hacia abajo
en un río de hojas.

Transparencia del verde
sobre las manos frías.
La sabina le habla
al huracán dormido.


4

Escucha a la sabina
reptando la conciencia
del mirlo allá en la cresta.

Anochece el plumaje
que eriza el desarraigo
de la cálida copa.

La raíz en el pico,
la fuga de lo denso.


5

Te dirán la sintaxis
de su respiración,
la negritud del hueco
en su fruto azulado,
la blancura de ser
huérfano del eclipse.

Te dirán las sabinas
su lenguaje de ondas
más allá del silencio.


6

Hay demasiado abismo,
demasiado temor.
La torsión del alisio
escucha a la sabina.
Transite la corteza
su roja nervadura.

A vaciar la oquedad
de adorables cadáveres.


7

Mas no la pesadumbre ni la danza fugaz
del viento huracanado.

No el vahído del búho en la pared mojada
de su desasosiego.

Redondez de sabina: el hueco más allá
de la lámpara verde.

Espora de los pasos
fisgonea el fulgor
del bosque que trasvasa mi saliva de estar
en el vientre del bosque.


CIUDADES
Tienen costra de años y de pájaros
las ciudades del odio. Tienen nieve
desteñida en sus pétalos azules.

Mustio desasosiego, no hay noche
en la mirada dulce de los álamos
ni en la parada triste hacia el olvido.

No hay día en los semáforos del liquen.
Hay un residuo viejo, una cáscara
de soledad mordida por la luz.

Tienen costra de cóncavo aleteo
los cristales ajados de la aurora.
Tienen máscara encima del vacío.


EL VIENTO (Todos invitados)
1


Sangrado por la crin

de los caballos

llega el viento


Aúlla donde el lobo

mece la hierba


2


Palmera de cristal

que silba en las orejas

del helecho


Vidrieras del fervor

con la fiebre encendida


La melena del viento


La maleza azul

cuando reposa


3


Discurrir

no pensar


El río no es zapato

de la aspersión


Relamer las luciérnagas

Engullir

su melaza de luz


4


Animal esparcido

el viento

Poro de ti

Huracán de los poros

muerde la soledad

la deshila de dientes











5


Del cobre trae pestañas


Un sol es el azogue

de las algas


Serpentea de peces

en la escama del viento


Crepitar en la luz

no deja en la ceniza

las huellas del vahído


Pero sigue animal

el paso de la lluvia



6


Mariposa es trinquete

palo mayor del cielo


Nada más un velamen


No el país de los pies

Las tederas y el musgo

no marchitan naranjas


7


Uñas no afilan vientres

de lechuza


Uñas de aulaga nacen

donde empuja la luz

y esparce

las ventanas del viento


8


Arrecia el animal

esparcido


Serpiente

al acecho no llega

mientras gira y transcurre


Del cobre

trae pestañas verdes

Uñas sangrando

por la crin de la hierba

o el pisar del caballo

en las gerias del viento


No el país de los pies

No la distancia líquida

de girar lo desnudo

en los páramos rojos


Mariposa no más

silbando en las orejas

un orujo de luz

BREVE BIOGRAFIA DE ANTONIO ARROYO SILVA

Antonio Fernando Arroyo Silva nació en Santa Cruz de La Palma 
el 21 de septiembre de 1957, isla de La Palma, Canarias. 
En dicha ciudad hizo sus estudios de Primaria y Bachillerato. 
Es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de La Laguna. 
Actualmente es profesor de Lengua y Literatura Castellanas en 
el Instituto de Enseñanza Secundaria de Santa María de Guía 
desde hace más de veinte años. Pero esto, aparte de su gusto por la 
enseñanza, es una cuestión alimenticia que nada o casi nada tienen 
que ver con su vocación por las Bellas Letras, sobre todo por la lírica. 



Bernardo Silfa Bor desde la Máscara de la Imago

Por José Enrique Méndez Díaz

La desenvoltura metapoetica de Silfa logra desandar
los sueños que pueblan la luz de las sendas de sus
terruños, la vieja sementera de sus cultivos de sal.
Doblando sus aristas, descubre la visión otra
parcializada de la realidad, presente en sus pasiones,
la “visión oculta del antifaz oblicuo” , “bajo la
embriaguez de la mascara y el ojo dejado en la senda”.

Bernardo Silfa destalla la vastedad de la Imago , su
vocación de inversión y persistencia.

En “Máscara de la Imago”, Bernardo Silfa, descubre el
vigor del juego metapoetico, el surco del metalenguaje
en la poesía, el desbalance. Logra en su boca,
despalabrar las palabras, dotar de antifaces los
vocablos y las voces.

Nombra y simula, construye un nuevo mundo semiótico
posible, una nueva percepción del espacio y sus
andanzas, el horizonte y su litoral, la densidad de
sus signos divinos, su ocupante armonía y plenitud ,
un nuevo “toledot” hebreo, la fecundidad creadora, la
idea implícita de un retorno o eterno nacimiento o
generación, la metacreacion .


Con antifaces oblicuos tejidos de consonantes y
pronombres, “ Máscara de la Imago” toca lo que nos
sobrepasa, aspectos fundamentales de la
existencialidad, la transverdad silenciosa: la
normalidad de las aguas y sus miniadas presencias
centellantes.
Nombra, “el pasado en el ojo visor del árbol prohibido
en el primer jardín desplantado como signo”; el fruto
fermentado de la manzana, la metáfora “que busca
territorios pensados desde el cuerpo. Descubre en
ellos la imago apoderada que ausculta el deseo, la
pasión que piensa y consume.

Es entonces cuando “el susurro displicente elevado a
máscara le nombra
en el ciclo conjuro del secreto”.

Bajo la embriaguez de la máscara y el ojo dejado en la
senda, el rito místico de la imago en los metapoemas
de Silfa sesgan los rostros con el asombro.
La imago en todo se nombra, en la risa, en el sonido,
en las lagrimas, .en el virus de la esquina, en las
rosas plantadas, en la lengua en gestación de hembra,
en el rito cadencial, en el ritmo pendular en la
cintura.

Y es así como Bernardo Silfa la nombra en su obra
ganadora del Premio Internacional de Poesía de Casa de
Teatro 2004:
:

Alguien la nombra imaga
alguien la gesta astro desde la boca
desde la pronunciación unívoca
en el concierto verbal del gozo
ante el retorno de la semilla
pero acaso ese alguien es la revelación
del intimo centro universal de las almas
acaso esas voces que se nombran en ella
son las del mago que abre su cristal
para visibilizarla como luz de la uva
como luz de la naranja
del jardín
para darla como sonata compuesta
de partituras hambrientas de abrazos
en las claves náuticas del camuflaje
donde se desvanecen los silencios


http://www.provincias.com.do/cultura/

José López: música de vida


Por Bernardo Silfa Bor


La poesía en el poeta José López, y en concreto Música de Vida, se define como esencialidad vital al verla y sentirla como música. La poesía es música, la música es poesía. Poesía y música son el alma de la vida. Música y poesía son, desde todos los puntos del eje existencial, la tensión que, como fusiún, liberan y alimentan el espíritu del cosmos que es cada uno.

En Música de vida, el piano se teclea asimismo para producir el efecto melódico del compás del tiempo que transcurre circular en la la mira telúrica que el poeta hace a la vida desde una confluencia orgánica e inorgánica para desvelarnos en la tela poemática nuestras verdaderas esencias.

En este poema, Sal y Azucar, son claves perceptuales que nos llevan a sentirnos traseuntes sin tiempo ni espacio del espejo pulido donde todo se refleja sin máscaras ni ataduras. Esta Música de Vida conceptualiza una visión de sentido simbiótico de los productos de la realidad en consonancia con lo ireal sustanciando un sustracto de hibridad que se habla desde el corpus poético como música y vida.

Sal y Azucar reedefinen en el poema las antonimias enésimas y eternas que discurren y trasncurren como sustracto líquido por las arterias de la vida arquetipada en este poema que se sostiene con sus propias manos.

Sí, en Música de Vida el aire no es aire porque es melodia poetizada, porque es palabra musicalizada, porque es poema y pentagrama. Sí, aquí y desde aquí el aire no es aire porque es música de vida que nos interseca en el infinito como punto vértico del centro cósmico.

Música de vida es vida en simismo y es vida para todos los que puedan leerse en él. Esa es la eterna aspiración de este poema y de este poeta. Esa es la eterna aspiración de todos los poemas y de todos los poetas: que el poema se reconstruya en cada lectura y en cada lector como proceso de vida.



MÚSICA DE VIDA



De espalda al infinito
la otra mano hace señas

al piano de las almas

Una música de vida

invade la sal
el azúcar y el agua

de la sangre
la savia y la tierra

El aire no es aire
el viento es

música de la otra mano.

LA METAPOESIA: RENOVACION RECURRENTE BAJO EL SOL




                                                                                                                        












Por Bernardo Silfa Bor

          Al hablarse de Metapoesía, la mayoría del común de las personas e incluso una gran cantidad de escritores, poetas, artistas, periodistas y profesionales del área lingüística-literaria, generan, a priori, una preconcebida definición de lo que entienden o se entiende por metapoesía, siguiendo una tradicional y desfasada semántica y etimología del ¨meta¨.  Dicen éstos que metapoesía es ¨ lo que está o lo que se encuentra más allá de la poesía ¨. Esto  así, a boca de jarro, como si el ser metapoético se tratase de una reverente  metafísica  cosificada ya por el tiempo. ¡ Qué alejados están los que así  piensan sin  acudir a su verdadera y actual significación!
          Para el Movimiento Internacional de la Metapoesía, y de igual forma para eruditos como Guillermo Carnero, la prefijación ¨meta¨ ha trascendido su significación a una nueva instancia hermenéutica donde se revitaliza superándose a sí mismo mediante la ganancia de instancias de significación que le mantienen funcional en estos esquemas novedosos de creación del nuevo siglo. De ahí que se sostenga que el ser de la metapoesía nada tiene que ver con el ¨ más allá ¨ o lo ¨ sobrenatural ¨ de la etimología del término#.
          Así, el ¨meta¨, desde su mutabilidad y evolución, en el espacio de la  posmodernidad, se desprende de su lastre genésico y se abre dinámico hacia una pragmática del significado, entendida como lectura crítica-analítica-reflexiva de  procesos y/o realidades atendidas o abordadas por el ser poético como objeto de sí mismo. Desde esta mirada la metapoesía es esa nueva sensibilidad  de espacios en donde la poesía dialoga y polemiza la poesía desde y con la poesía (metapoesía), lo mismo el poema (metapoema). Esta es una de las perspectivas de afinidad  con la enmarcación de Carnero cuando dice que ¨ la metapoesía es aquella poesía que se tiene  a sí misma como asunto, entre otros# ¨.
        
          Y es que este posicionamiento del ¨meta¨ permite esclarecer y reforzar la significación esencial de lo que es verdaderamente el ser metapoético y la metapoesía  como entidades dinámicas, enfatizando, que la metapoesía no es una metafísica de la poesía. Y no es la metapoesía una metafísica de la poesía como no es  -haciendo una aproximación paralela al ámbito teórico de lo político- la metaplolítica# una metafísica de
la política desde la mirada del filósofo Manfred Ridel.
          La metapoesía, explica Carnero en su visión más profunda, es un discurso poético cuyo asunto, o cuyos asuntos, es el hecho mismo de escribir poesía y la relación entre autor, texto y público#. Sin más pata para el gato del alegato, nótese que en los dos referentes de Carnero –ni en el nuestro- acerca de lo que es la metapoesía no está referido el ¨más allá poesía ¨  ni  ¨ lo sobrenatural poético, y sí la clara alusión de las relaciones del discurso poético con  él mismo, su autor y quien lee leyéndose.
          Así, la metapoesía es, al decir de su fundador Jorge Piña, síntesis-tesis y paradigma de esa poética que se enuncia a sí misma en la enunciación y en el acto de la crítica, que es saber, ontología metapoética y a la vez conciencia literaria#¨,  histórica y humana.
        
          Ahora bien, todo este proceso metapoético cobra identidad, nombradía y personería cuando se publica el Primer Manifiesto Metapoético el 13 de octubre de 1990 en Santo Domingo R. D.
titulado ¨ La Metapoesía: Una apuesta discursiva para la metacreación literaria en América y el mundo#. A partir de aquí la metapoesía se sostiene y se ampara en una estructura orgánica denominada Movimiento Internacional de la Metapoesía.        
          Este primer manifiesto buscaba en esencia dar una fisonomía, un sentido y una plataforma estética, ética y filosófica al ejercicio creativo del Taller Literario Cesar Vallejo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y con ello a la desidentada generación o promoción de los 80s, a petición del crítico literario dominicano Bruno Rosario Candelier, director para entonces del Suplemento Cultural Coloquio del desaparecido
periódico El Siglo. Pero el espaldarazo esperado, a ese primer manifiesto, por parte de los miembros del taller no se produjo. Aun así, Jorge Piña,  lo lazó al universo literario, a riesgo y cuenta propia -o ajena- siguiendo las enseñanzas de Lacann. Finalmente, no es Rosario Candelier quien publica el  primer manifesto  metapoético -que de una u otra forma él instó a producir-  sino el actual Secretario de Cultura del país, José Rafael Lantigua, en el Suplemento Cultural Biblioteca que dirigía para la fecha en el vespertino, Ultima Hora. Esto así debido a que Rosario Condelier promovía y preparaba la salida de su propio manifiesto, el de la Poética Interior.
          Desde la fundación de la metapoesía como escuela y su plataforma orgánica (El Movimiento Internacional de la Metapoesía) la cimentación y afianciación de esta apuesta discursiva ha sido vertiginosa, maravillosa
y de una grandiosa y extraordinaria aceptación en los círculos académicos, intelectuales, artísticos y literarios del país y el extranjero. Ninguna otra propuesta estética literaria de la R.D. o el Caribe se ha dimensionado y posicionado, en el ámbito mundial como la propuesta metapoética. Y es que los aportes de este movimiento, a su corta edad, son de una valía incuestionable, a saber: 1- Los manifiestos.  2- Una tesis:
El poema es metalenguaje.   3- Un sostén filosófico fundado en el Metaonírismo.  4- Cinco metamitemas ( Fórmulas universales breves de expresión del conocimiento, el metapoético  )   5- Un decálogo ( Resumen de todo el andamiaje metapoético )   6- Los Congresos (  que ya son cuatro, el quinto en octubre aquí en madrid)   7- Tres  antologías  metapoéticas ( Voces poéticas, Joel Almonó y Metapoesía de Mí, Orlando Alcántara) y la Ars Metaonírica de Jorge Piña (Documentos Canónicos de la Metapoesía)   8- Las publicaciones individuales de los metapoetas   9- El cúmulo experiencial que dejan los encuentros, los eventos y las relaciones interpersonales e interinstitucionales del tiempo  vivido. Y 10-  Estos 20 años de intensa y apasionada metapoesía# que vuelve y se repite como metahistoria en la afirmación del escritor y crítico literario dominicano Manuel Matos Moquete#. Este es parte del arsenal aportativo del Movimiento Metapoético. Esa es la manera-forma abierta y comprometida que han elegido los metapoetas para apoderase del mundo artístico-literario y otorgarse e investirse de poder para continuar explorando y explotando las capacidades creativas, siguiendo el consejo de la escritora boricua Luz  María de Umpirre.
          Hay que decir que esta apuesta discursiva nunca fue una utopía. Una vacua y banal  idea personalista. Hay que decir que siempre ha sido grupal -el antigrupo, a riesgo y cuenta propia-  y colectiva con alto sentido ético de la amistad. Y que jamás ha sido la metapoesía  un esnobismo. La apuesta metapoética vino con identidad y conciencia al nombrarse a sí misma.
          Quiero decir desde aquí que los metapoetas siempre han sabido que la metapoesía ha estado bajo la luz divida del sol, con autores como: Borges, Paz, Linn, José Angel Valente, Guillermo Carnero, Javier Salvago, José Hierro, Pedro Gimferrer, entre tantísimos poetas, que de una forma u otra en sus textualidades campea la metapoesía, porque arden el lenguaje y el poema haciéndolo sus propios objetos de fascinación, habla, diálogo y polémica poética en el poema. Pero, para el caso que nos ocupa -que es la reafirmación de la metapoesía como apuesta discursiva de los 90s, dominicana y caribeña para el mundo- estos siempre vivieron a la intemperie, sin postulados estéticos filosóficos  que le nominara como metapoetas, a no ser el señalamiento de los  críticos, porque ninguno se asumió y menos nombró como tal. Ha sido Carnero uno de los pocos en tener  conciencia de su textualidad metapoética, en tanto la ha teorizado, interiorizado y definido. ¨Culturalismo y metapoesía han estado, estó y estarón siempre presentes en mí, afirma el autor de ¨Dibujo de la Muerte¨ y de ¨Verano Inglés¨#. Y es que el ser metapoeta es una condición esencial de la llamada -por Piña- Generación de los Sueños, cuyo sostén es la metapoesía y el metalenguaje porque la asume como manera de ser, sentir y pensar.
        
          Visto todo lo expuesto en estas pinceladas, acerca de La Metapoesía, hay que sentenciar, entonces, que es el metapoeta Jorge Piña quien estructura y fisonomiza todo el vertebramiento de esta dinámica  metapoética ya evolucionada y documentada en sus manifiestos; así como por investigadores como: Lupo Hernández Rueda y Franklin Gutiérrez, los cuales al analizar los diversos tramos de la literatura dominicana dedican especial atención a esta estética del metalenguaje. Y qué decir del reciente reconocimiento que le hiciera el Ministerio de Educación Dominicano, en el Marco de la Feria Internacional del Libro 2010, al Movimiento Internacional de la Metapoesía en la persona de su fundador .                  
          Entendida  así,  la metapoesía  sigue y seguirá siendo nueva bajo el sol# porque  su espíritu es de autosuficiencia
y su corpus de un siempre y  renovado Eros que se sabe merecedor de lo soñado como Paz.




***Más acerca del Movimiento Internacional de la Metapoesía***
http://metapoetas.blogspot.com/






                                                                  Encuentro Músico-Poético
                Hacia el V Congreso Global de Metapoesía Madrid 2010
                                                               28 de Mayo, Madrid 2010

ENCUENTRO POETICO CON BERNARDO SILFA BOR


En las tertulias literarias que organiza ACUDEBI, participó el pasado viernes 28, el gran poeta dominicano, Bernardo Silfa Bor, junto a este también estuvo el músico cultivador del jazz y el blues, José Manuel Jiménez.

La tertulia fue conducida por el escritor Daniel Tejada, presidente de ACUDEBI y por Don Manuel Fernández, vicepresidente de la asociación.

A este evento, que fue patrocinado por la Asociación de Empresarios Dominicanos en España, ASEMDES, asistieron representantes de otras asociaciones culturales, y personas interesadas en la cultura como los escritores, Isidra Mejia, Antonio Ruiz Pascual y Manuel Mejia.



El acto que se enmarca dentro de las actividades que se realizan, con motivo del V Congreso Global de Metapoesia Madrid 2010, fue convocado también por el Comité Organizador de este esperado evento que se realizara los días 22, 23 y 24 de octubre de este año y que contará con el apoyo de importantes Universidades Madrileñas.



En el encuentro, que se convirtió en un recital de metapoesia, se habló de las características de esta corriente literaria, y de su historia, resaltándose el importante papel que ha jugado el escritor y psicólogo dominicano el Dr. Jorge Piña, ideólogo de esta postura discursiva, que ha ganado terreno en el escenario internacional. Se resaltó también la influencia de Lacan y Freud en la Metapoesia y la relevancia que tiene el hecho de que se haya gestado, como movimiento literario, en la Republica Dominicana. La tesis sobre la que trabaja este movimiento es “el poema es metalenguaje”



El poeta Silfa Bor, recitó poemas de su libro, premiado en Casa de Teatro, “La Mascara de la Imago” y de “Hacia la otra senda de la luz” así como de otros libros inéditos, algunas personas del publico presente, también se animaron a leer poemas de estos libros.



El poeta español Antonio Ruiz Pascual, también leyó un poema dedicado al cultivador de la metapoesia el gran poeta José Ángel Valente.



Al final del acto el presidente de ACUDEBI, Daniel Tejada, agradeció la presencia y la participación del publico así como de los invitados.

ELSA BAEZ Y DOMADOR DE ESPERMA: Breve Aproximación








Bernardo Silfa Bor

Al leer este poema de la poeta dominicana Elsa Báez y los comentarios que de él han dejado algunos amigos de la autora -poetas y escritores unos, otros sólo sus buenos amigos- he sentido el irresistible deseo de comentarlo y dar mi punto de vista, aunque sea en la brevedad del tiempo que dispongo en estos momentos en que se ha asomado a mí su poema DONADOR DE ESPERMA como una gracia sublime de manifestación humana.

Es posible- digo sólo posible- que la fuerte presencia del enfrentamiento del poema con él mismo, con su propio autor y desde ahí con su lector, como ocurre en gran parte de sus otros poemas, sea donde se encuentre la grandeza y la fortaleza poética de DONADOR DE ESPERMA como poemática y de Elsa Báez como poeta, ya que ambos exploran los ámbitos de la esencia de la metapoesía como instancia y espacio de la creación.

Así la imagen ¨No restan, ni cimientos de ruinas¨ en el poema de Elsa, a pesar de los relámpagos de dolor que le anteceden y la desembocan, saben a ese recodo de aliento y esperanza de permanencia y vida que significan los diamantes obsequiados en el contexto de espacio y existencia del poema. Su poema es un desgarrador canto de amor y desamor, de cuestionamientos cuestionados, es el sueño del deseo de y por la libertad. ¨Donador de esperma¨, desde esa mirada del lenguaje que dialoga y polemiza con el lenguaje y el poema en el poema, alude a entidades (hombre o Dios ) dadoras de vida en tanto juntura y juego en el acto de ¨la creación de vida¨ y la divina luz del regalo ¨dos diminutas piedras¨.

DOMADOR DE ESPERMA es politemia y polisemia -hibridad metapoética- en la rebeldía de un ¨yo poético¨ que reclama su espacio y la presencia del Otro por que como dice la autora ¨ Liberé tu memoria y tu pie¨. En este sentido se debe afirmar que es Elsa, posiblemente como refiere Juan Freddy Armando, heredera de esa memoria histórica literaria inglesa-oriental. Pero también, hay que decirlo, en la poética de Elsa Báez, afloran esas raíces de la última gran poesía española que Juan Freddy le niega. En ella se puede ver a Jaime Gil de Biedma, a José Angel Valente, a José Hierro, a Guillermo Carnero, a Pedro Gimferer, así como a cualquiera de los chilenos Roka, Parra Enrique Linn. De seguro que en esas herencias, a conciencia o no, como bien dice Armando, habrán otros autores, que como éstos y ella, arden el lenguaje y el poema haciéndolos sus propios objetos de fascinación, habla, dialogo y polémica poética. Es por esta novedosa fusión de tradición poética anglo-hispan-oriental, que Elsa Báez se encamina a ser una de las poetas dominicanas de relevancia.

Finalmente, acerca del poema de Elsa, termino diciendo, con un verso de la Balada de Pablo de Rokha que, el acontecimiento floreal del poema estimula mis nervios sonantes. Así tendremos Elsa Báez por donde quiera que se diga poesía.


Bernardo Silfa Bor

Desde la Otra Orilla

Murcia, España

29/05/2010

Mi homenaje a todas las madres del mundo

Bernardo Silfa Bor


En este día de las madres quiero compartir con todos ustedes y en especial con todas las madres del mundo este poema XVI del libro SENTIDO DEL PRESAGIO que escribí hace un tiempo para un día especial como el de las madres y que dedique a la mia, Doña Carmen Gomera.

Desde la Otra Orilla y este poema felicito a todas las madres dominicanas, hispanas y del mundo.

He aquí el poema:


XVI

Dedicado a mi madre

En este instante convoco
a quien prolonga lo breve en mi aliento
a ese que define la nada y el todo
desde los vientres líquidos
desde los vidrios y las madres
es mi queja la llamada
saber por qué sólo mayo
por qué sólo un momento
para todos los momentos los años
acaso su finitud fue un gesto
suspensivamente supuesto
por qué la brevedad lo instantáneo
la estadía mínima como relámpago errante
por qué estar lejano
siendo profundo cercano
por qué sólo lo esporádico
por qué dar sólo un único
y último cíclico día
a quienes nos dejan su suave aliento
por qué ese tedioso domingo
si son todos los días mayos del año
por qué si son diosas lúdicas
que nos dieron los rostros
que nos llevan en el cuerpo
como espejo de su imagen
acaso su búsqueda
no fue la vuelta interina a los vínculos
ya no hay peros justificantes
sólo la proclama que da todo espacio
todo tiempo todo orbe esencial
para la madre dulce y sonriente
que nos guarda llena de manantiales
para ellas como eterna alabanza
trescientas sesentaicinco
alegres hermosuras
y nuestra dulce luz infinita.

LA OTRA CARA DE LA MONEDA: dimensión de la cultura que debemos cambiar

Por Bernardo Silfa Bor


Todo conjunto de conocimientos, costumbres, obras artísticas y literarias u otro tipo de las personas de un lugar o de una época, es a lo que en el definidor de vocablos se le designa como cultura. Pero, no es menos cierto que toda manifestación realizada por el hombre se asume como cultura. Así se consigna en la sentencia “todo lo que el hombre hace es cultura” la cual podemos encontrar en algunos libros de historia de la cultura. De hecho, cada acción de esa inteligencia que es el ser humano, crea unos patrones conductuales que se van compilando como costumbres, tradiciones, leyendas, fábulas, historias, mitos..., es decir, se va creando la cultura de los pueblos.
La cultura es el hombre mismo y el hombre en sí es la cultura. Pueblo y cultura son unidades monolíticas insolubles perpetuadas en el tempoespacio existencial del hito universal.
A partir de esa conceptualización de la cultura - todo lo que el hombre realiza - necesariamente tienen que aparecer interrogantes como estas : ¿ Es cultura la alta delincuencia que nos azota ? ¿ Es cultura el proceso bélico armado que se da entre naciones por intereses meramente materialistas, sin que cuente el ser humano ? ¿ Es cultura la criminalidad existente en nuestro país y la mayoría de los pueblos de este mundo ? ¿Es cultura el hurtar descaradamente el patrimonio de los pueblos como es de moda en nuestros pueblos latinoamericanos ? ¿ Es cultura el alto nivel de violencia en el cual se desenvuelven nuestras sociedades ? y uno se pregunta, además, ¿Es cultura el asesinar personas inocentes ? Éstas son acciones puestas en escenas por el hombre, por lo que deben ser consideradas como parte de su cultura. Observemos que Ezequiel Ander Egg ha planteado la cultura como adquisición de conjunto de saberes y como resultante de esa adquisición, llamándole cultura cultivada. También la plantea como estilo de ser, de hacer y de pensar y como conjunto de obras e instituciones y en este plano le llama cultura cultural. Esto significa para, Ander Egg, que la cultura es lo que el pueblo cultiva. Este teórico de la cultura asegura que la cultura es un destino personal y colectivo, es decir un estilo de vida.
Esto que planteamos aquí, como se ve es estudiado y analizado por entendidos en sociología, sicología y la cultura en sí. Estos elementos que presentamos aquí son conductas inadecuadas de individuos y líderes desquiciados y desquiciantes, pero que no dejan de ser cultura. Por lo que estamos diciendo que la respuesta a las interrogantes que se derivan de esa sencilla y simple definición de cultura es un “ Sí ” fuertemente afirmativo.
Es a partir, entonces, de esa afirmación que partimos para enfocar la dualidad de sentido y significancia de la cultura, amparado además por Ander Egg.
En toda cultura coexisten la dimensión positiva y la dimensión negativa de la cultura porque el hombre así la crea. Categorizar la cultura, a partir de aquí, debe ser tarea diaria de cada una de las entidades y personas que se encargan de velar por las correctas normas que rigen el accionar humano en la sociedad, ya que no es lo mismo - hablando de cultura - participar en el Carnaval Nacional como actor del mismo que participar en hechos vandálicos que dañan a la sociedad. Esos esquemas conductuales que no son tomados en cuenta cuando se toca la temática cultura, también permean esa memoria dinámica de los pueblos, a la que se denomina cultura. Es por ello que en este trajinar de página queremos reafirmar la coexistencia en nuestras sociedades de dos esquemas paralelos de cultura a los que llamamos aquí dimensión positiva de la cultura y dimensión negativa de la cultura. Esta categorización es una tentativa de darle concreción -a la acción cultural - dentro de los planos conductuales intrínsecos al ente creador de la cultura ( el hombre ), a esa última dimensión, manifestación rechazable en toda sociedad, pero siempre sin darle atención para reconvertirla a la primera dimensión.
Debemos pues, a partir de estas dos dimensiones de la cultura preeminenciar la redefinición de programas sociales tendentes a reconvertir esas acciones negativas en acciones positivas que beneficien a todo el conglomerado social.
Pero esa (re)conversión no se va a lograr con el rechazo y el castigo, sino a través de una verdadera intención y una verdadera inversión de recursos en las comunidades y en el hombre más desprotegido. Porque no basta saber que la “acción cultural es el arma eficaz en el combate que por múltiples vías todos debemos librar para frenar la violencia, la criminalidad, la delincuencia... logrando la tranquilidad de la familia”. No, no basta saberlo, hay que enfrentarla con ahínco y seriedad. Es preciso que las “acciones culturales se pragmaticen, se aterricen a cada realidad sectorial”, para que la dimensión negativa de la cultura se reduzca “a la mínima”. Debemos todos, como un sólo canal, conducir esas energías positivas y dinámicas hacia nuestros niños y jóvenes para vincularlos al engranaje que mueve las manifestaciones sanas de las comunidades, es decir, hacia la dimensión positiva de la cultura, en busca del fortalecimiento de la convivencia en paz, a través de la participación de nuestras gentes, en las instituciones y organizaciones socioculturales, religiosas y artísticas.
Porque la cultura es “todo lo que el ser humano es capaz de producir a través de su existencia individual y colectiva” es que debemos hacer despertar en nuestra juventud ese espíritu innovador y creador positivo que lo habita en mayoría, desde el introito mismo de su existencia. Es tarea nuestra energizar positivamente toda conducta inadecuada observable en los seres que nos circundan en pro de ayudar a robustecer y fortalecer su conciencia y el rol que deben jugar en sus comunidades.
Todos en jornadas incansables, debemos avasallar esa “otra cara de la moneda” que es la “dimensión negativa de la cultura” que aquí presentamos y que proponemos se enfrente con verdadero sentido humanitario y de responsabilidad para borrar de nuestro espacio social esa sombra que amenaza nuestro hermoso existir. Hagamos todos juntos desaparecer de nuestro entorno la cultura de la pobreza, la cultura de la miseria, la cultura de minimizar al otro, la cultura de la envidia y el egoísmo, la cultura del yoísmo ..., y pasemos a hacer de la vida un racimo de uvas dulces, una lluvia de luz que humedezca el suelo fértil de la cultura de las buenas acciones, la verdad, la paz, la prosperidad, el bienestar y el desarrollo sostenido de la humanidad.
Por la memoria pulcra de la cultura que dejaremos a las futuras generaciones, pulamos hoy esa otra “cara de la moneda” para que ambas brillen intensamente igual en la positividad.

Cerca de lo lejos





Por René Rodríguez Soriano © mediaIsla




Yo sé que por alguna causa que no conozco estás de viaje, |un
océano más poderoso que la noche te lleva entre sus manos, | como
una flor dispersa.
-José Carlos Becerra-





Quería escribir pero no quería escribir. Tenía un conejito
color mugre con los ojos casi tintos, tirando a vino; un pichoncito de
cuyaya que murió aplastado por un frasco de betún; un tocadiscos
con el brazo desorbitado, sin aguja, zumbando contra el eco de la tarde
hueca, y una canción, tenía. Quería cantar pero no sabía,
aunque quería.

Desvergonzada y sin conciencia, cae la lluvia sobre la ciudad. Falsas
vasijas, flores de papel y biombos huecos, se quiebran de impotencia
ante el hastío de los días largos; van y vienen por las hondas
ondas frufrús y celofanes de la manufactura y del diseño. Sucede a
diario, el diario no dice nada que no hayan ocultado ya la radio y la
televisión. Sólo el poema, con su singular manera de aludir el
plural de las cosas con la mayor economía de recursos de la lengua,
permanece.

Julio es un mes con travesaños en los días. Tablones que se
sobreponen, se encadenan y desgajan, a gotas como la escarcha. Julio es
un mirador que se proyecta río abajo, difuminándose en los
páramos del recuerdo, entre pomares y ciguas palmeras. Antes de que
el canto del gallo rompiera en dos el trapo incierto de la madrugada, ya
papá plantaba brotecitos de col y mandarinas. Mamá ordeña una
vaca negra inmenso que se derrama en el bidón blanquísima. Papá
pinta y despinta albas y ocasos, yendo y viniendo del verde al pedregal.

Papá sabía perderse en la espesura del día, y regresar con las
manos paridas de naranjas y limones; tarareaba infinitas melodías, e
hilvanaba de un tajo, con su cortaplumas, el jugo con la sed a punta de
melones y sandías. Era tan sabio y dulce el río, cuando nadaba con
él. Era tal vez el tan mentado yin, el abc que soñaba en mis
sueños. Yo, con el alma mojada en un pincel, sacaba música de las
branquias de los peces o del lamento de los ahogados. Cabalgaba una
estrella, un centauro y daba de comer a las gallinas con el maíz de
sus manos. El valle era un granero que florecía en simientes cundidos
de geranios y azucenas. Algún potrillo loco pisoteaba los sembrados.

No iba buscando el yan, estoy seguro, en julio del 96, ni el Vellocino
ni a los Argonautas ni ángeles en Los Ángeles. Iba tan sólo en
una nube, con mi atávico terno de Clark Kent, buscando un ala...
Papá pulsó una tecla, dijo mi nombre conjugando el verbo
cercanía, y de un tajo achicó la lejanía. Era julio 29, han
pasado los años desde entonces, y pienso, estoy seguro, que tan
sólo se alejó un ratito para estar más cerca todavía.

Una rosa para Emilia. Cuento de William Faulkner

CIUDAD SEVA
Selección del cuento
Luis López Nieves

Cuando murió la señorita Emilia Grierson, casi toda la ciudad asistió a su funeral; los hombres, con esa especie de respetuosa devoción ante un monumento que desaparece; las mujeres, en su mayoría, animadas de un sentimiento de curiosidad por ver por dentro la casa en la que nadie había entrado en los últimos diez años, salvo un viejo sirviente, que hacía de cocinero y jardinero a la vez.

La casa era una construcción cuadrada, pesada, que había sido blanca en otro tiempo, decorada con cúpulas, volutas, espirales y balcones en el pesado estilo del siglo XVII; asentada en la calle principal de la ciudad en los tiempos en que se construyó, se había visto invadida más tarde por garajes y fábricas de algodón, que habían llegado incluso a borrar el recuerdo de los ilustres nombres del vecindario. Tan sólo había quedado la casa de la señorita Emilia, levantando su permanente y coqueta decadencia sobre los vagones de algodón y bombas de gasolina, ofendiendo la vista, entre las demás cosas que también la ofendían. Y ahora la señorita Emilia había ido a reunirse con los representantes de aquellos ilustres hombres que descansaban en el sombreado cementerio, entre las alineadas y anónimas tumbas de los soldados de la Unión, que habían caído en la batalla de Jefferson.

Mientras vivía, la señorita Emilia había sido para la ciudad una tradición, un deber y un cuidado, una especie de heredada tradición, que databa del día en que el coronel Sartoris el Mayor -autor del edicto que ordenaba que ninguna mujer negra podría salir a la calle sin delantal-, la eximió de sus impuestos, dispensa que había comenzado cuando murió su padre y que más tarde fue otorgada a perpetuidad. Y no es que la señorita Emilia fuera capaz de aceptar una caridad. Pero el coronel Sartoris inventó un cuento, diciendo que el padre de la señorita Emilia había hecho un préstamo a la ciudad, y que la ciudad se valía de este medio para pagar la deuda contraída. Sólo un hombre de la generación y del modo de ser del coronel Sartoris hubiera sido capaz de inventar una excusa semejante, y sólo una mujer como la señorita Emilia podría haber dado por buena esta historia.

Cuando la siguiente generación, con ideas más modernas, maduró y llegó a ser directora de la ciudad, aquel arreglo tropezó con algunas dificultades. Al comenzar el año enviaron a la señorita Emilia por correo el recibo de la contribución, pero no obtuvieron respuesta. Entonces le escribieron, citándola en el despacho del alguacil para un asunto que le interesaba. Una semana más tarde el alcalde volvió a escribirle ofreciéndole ir a visitarla, o enviarle su coche para que acudiera a la oficina con comodidad, y recibió en respuesta una nota en papel de corte pasado de moda, y tinta empalidecida, escrita con una floreada caligrafía, comunicándole que no salía jamás de su casa. Así pues, la nota de la contribución fue archivada sin más comentarios.

Convocaron, entonces, una junta de regidores, y fue designada una delegación para que fuera a visitarla.

Allá fueron, en efecto, y llamaron a la puerta, cuyo umbral nadie había traspasado desde que aquélla había dejado de dar lecciones de pintura china, unos ocho o diez años antes. Fueron recibidos por el viejo negro en un oscuro vestíbulo, del cual arrancaba una escalera que subía en dirección a unas sombras aún más densas. Olía allí a polvo y a cerrado, un olor pesado y húmedo. El vestíbulo estaba tapizado en cuero. Cuando el negro descorrió las cortinas de una ventana, vieron que el cuero estaba agrietado y cuando se sentaron, se levantó una nubecilla de polvo en torno a sus muslos, que flotaba en ligeras motas, perceptibles en un rayo de sol que entraba por la ventana. Sobre la chimenea había un retrato a lápiz, del padre de la señorita Emilia, con un deslucido marco dorado.

Todos se pusieron en pie cuando la señorita Emilia entró -una mujer pequeña, gruesa, vestida de negro, con una pesada cadena en torno al cuello que le descendía hasta la cintura y que se perdía en el cinturón-; debía de ser de pequeña estatura; quizá por eso, lo que en otra mujer pudiera haber sido tan sólo gordura, en ella era obesidad. Parecía abotagada, como un cuerpo que hubiera estado sumergido largo tiempo en agua estancada. Sus ojos, perdidos en las abultadas arrugas de su faz, parecían dos pequeñas piezas de carbón, prensadas entre masas de terrones, cuando pasaban sus miradas de uno a otro de los visitantes, que le explicaban el motivo de su visita.

No los hizo sentar; se detuvo en la puerta y escuchó tranquilamente, hasta que el que hablaba terminó su exposición. Pudieron oír entonces el tictac del reloj que pendía de su cadena, oculto en el cinturón.

Su voz fue seca y fría.

-Yo no pago contribuciones en Jefferson. El coronel Sartoris me eximió. Pueden ustedes dirigirse al Ayuntamiento y allí les informarán a su satisfacción.

-De allí venimos; somos autoridades del Ayuntamiento, ¿no ha recibido usted un comunicado del alguacil, firmado por él?

-Sí, recibí un papel -contestó la señorita Emilia-. Quizá él se considera alguacil. Yo no pago contribuciones en Jefferson.

-Pero en los libros no aparecen datos que indiquen una cosa semejante. Nosotros debemos...

-Vea al coronel Sartoris. Yo no pago contribuciones en Jefferson.

-Pero, señorita Emilia...

-Vea al coronel Sartoris (el coronel Sartoris había muerto hacía ya casi diez años.) Yo no pago contribuciones en Jefferson. ¡Tobe! -exclamó llamando al negro-. Muestra la salida a estos señores.

II

Así pues, la señorita Emilia venció a los regidores que fueron a visitarla del mismo modo que treinta años antes había vencido a los padres de los mismos regidores, en aquel asunto del olor. Esto ocurrió dos años después de la muerte de su padre y poco después de que su prometido -todos creímos que iba a casarse con ella- la hubiera abandonado. Cuando murió su padre apenas si volvió a salir a la calle; después que su prometido desapareció, casi dejó de vérsele en absoluto. Algunas señoras que tuvieron el valor de ir a visitarla, no fueron recibidas; y la única muestra de vida en aquella casa era el criado negro -un hombre joven a la sazón-, que entraba y salía con la cesta del mercado al brazo.

“Como si un hombre -cualquier hombre- fuera capaz de tener la cocina limpia”, comentaban las señoras, así que no les extrañó cuando empezó a sentirse aquel olor; y esto constituyó otro motivo de relación entre el bajo y prolífico pueblo y aquel otro mundo alto y poderoso de los Grierson.

Una vecina de la señorita Emilia acudió a dar una queja ante el alcalde y juez Stevens, anciano de ochenta años.

-¿Y qué quiere usted que yo haga? -dijo el alcalde.

-¿Qué quiero que haga? Pues que le envíe una orden para que lo remedie. ¿Es que no hay una ley?

-No creo que sea necesario -afirmó el juez Stevens-. Será que el negro ha matado alguna culebra o alguna rata en el jardín. Ya le hablaré acerca de ello.

Al día siguiente, recibió dos quejas más, una de ellas partió de un hombre que le rogó cortésmente:

-Tenemos que hacer algo, señor juez; por nada del mundo querría yo molestar a la señorita Emilia; pero hay que hacer algo.

Por la noche, el tribunal de los regidores -tres hombres que peinaban canas, y otro algo más joven- se encontró con un hombre de la joven generación, al que hablaron del asunto.

-Es muy sencillo -afirmó éste-. Ordenen a la señorita Emilia que limpie el jardín, denle algunos días para que lo lleve a cabo y si no lo hace...

-Por favor, señor -exclamó el juez Stevens-. ¿Va usted a acusar a la señorita Emilia de que huele mal?

Al día siguiente por la noche, después de las doce, cuatro hombres cruzaron el césped de la finca de la señorita Emilia y se deslizaron alrededor de la casa, como ladrones nocturnos, husmeando los fundamentos del edificio, construidos con ladrillo, y las ventanas que daban al sótano, mientras uno de ellos hacía un acompasado movimiento, como si estuviera sembrando, metiendo y sacando la mano de un saco que pendía de su hombro. Abrieron la puerta de la bodega, y allí esparcieron cal, y también en las construcciones anejas a la casa. Cuando hubieron terminado y emprendían el regreso, detrás de una iluminada ventana que al llegar ellos estaba oscura, vieron sentada a la señorita Emilia, rígida e inmóvil como un ídolo. Cruzaron lentamente el prado y llegaron a los algarrobos que se alineaban a lo largo de la calle. Una semana o dos más tarde, aquel olor había desaparecido.

Así fue cómo el pueblo empezó a sentir verdadera compasión por ella. Todos en la ciudad recordaban que su anciana tía, lady Wyatt, había acabado completamente loca, y creían que los Grierson se tenían en más de lo que realmente eran. Ninguno de nuestros jóvenes casaderos era bastante bueno para la señorita Emilia. Nos habíamos acostumbrado a representarnos a ella y a su padre como un cuadro. Al fondo, la esbelta figura de la señorita Emilia, vestida de blanco; en primer término, su padre, dándole la espalda, con un látigo en la mano, y los dos, enmarcados por la puerta de entrada a su mansión. Y así, cuando ella llegó a sus 30 años en estado de soltería, no sólo nos sentíamos contentos por ello, sino que hasta experimentamos como un sentimiento de venganza. A pesar de la tara de la locura en su familia, no hubieran faltado a la señorita Emilia ocasiones de matrimonio, si hubiera querido aprovecharlas..

Cuando murió su padre, se supo que a su hija sólo le quedaba en propiedad la casa, y en cierto modo esto alegró a la gente; al fin podían compadecer a la señorita Emilia. Ahora que se había quedado sola y empobrecida, sin duda se humanizaría; ahora aprendería a conocer los temblores y la desesperación de tener un céntimo de más o de menos.

Al día siguiente de la muerte de su padre, las señoras fueron a la casa a visitar a la señorita Emilia y darle el pésame, como es costumbre. Ella, vestida como siempre, y sin muestra ninguna de pena en el rostro, las puso en la puerta, diciéndoles que su padre no estaba muerto. En esta actitud se mantuvo tres días, visitándola los ministros de la Iglesia y tratando los doctores de persuadirla de que los dejara entrar para disponer del cuerpo del difunto. Cuando ya estaban dispuestos a valerse de la fuerza y de la ley, la señorita Emilia rompió en sollozos y entonces se apresuraron a enterrar al padre.

No decimos que entonces estuviera loca. Creímos que no tuvo más remedio que hacer esto. Recordando a todos los jóvenes que su padre había desechado, y sabiendo que no le había quedado ninguna fortuna, la gente pensaba que ahora no tendría más remedio que agarrarse a los mismos que en otro tiempo había despreciado.

III

La señorita Emilia estuvo enferma mucho tiempo. Cuando la volvimos a ver, llevaba el cabello corto, lo que la hacía aparecer más joven que una muchacha, con una vaga semejanza con esos ángeles que figuran en los vidrios de colores de las iglesias, de expresión a la vez trágica y serena...

Por entonces justamente la ciudad acababa de firmar los contratos para pavimentar las calles, y en el verano siguiente a la muerte de su padre empezaron los trabajos. La compañía constructora vino con negros, mulas y maquinaria, y al frente de todo ello, un capataz, Homer Barron, un yanqui blanco de piel oscura, grueso, activo, con gruesa voz y ojos más claros que su rostro. Los muchachillos de la ciudad solían seguirlo en grupos, por el gusto de verlo renegar de los negros, y oír a éstos cantar, mientras alzaban y dejaban caer el pico. Homer Barren conoció en seguida a todos los vecinos de la ciudad. Dondequiera que, en un grupo de gente, se oyera reír a carcajadas se podría asegurar, sin temor a equivocarse, que Homer Barron estaba en el centro de la reunión. Al poco tiempo empezamos a verlo acompañando a la señorita Emilia en las tardes del domingo, paseando en la calesa de ruedas amarillas o en un par de caballos bayos de alquiler...

Al principio todos nos sentimos alegres de que la señorita Emilia tuviera un interés en la vida, aunque todas las señoras decían: “Una Grierson no podía pensar seriamente en unirse a un hombre del Norte, y capataz por añadidura.” Había otros, y éstos eran los más viejos, que afirmaban que ninguna pena, por grande que fuera, podría hacer olvidar a una verdadera señora aquello de noblesse oblige -claro que sin decir noblesse oblige- y exclamaban:

“¡Pobre Emilia! ¡Ya podían venir sus parientes a acompañarla!”, pues la señorita Emilia tenía familiares en Alabama, aunque ya hacía muchos años que su padre se había enemistado con ellos, a causa de la vieja lady Wyatt, aquella que se volvió loca, y desde entonces se había roto toda relación entre ellos, de tal modo que ni siquiera habían venido al funeral.

Pero lo mismo que la gente empezó a exclamar: “¡Pobre Emilia!”, ahora empezó a cuchichear: “Pero ¿tú crees que se trata de...?” “¡Pues claro que sí! ¿Qué va a ser, si no?”, y para hablar de ello, ponían sus manos cerca de la boca. Y cuando los domingos por la tarde, desde detrás de las ventanas entornadas para evitar la entrada excesiva del sol, oían el vivo y ligero clop, clop, clop, de los bayos en que la pareja iba de paseo, podía oírse a las señoras exclamar una vez más, entre un rumor de sedas y satenes: “¡Pobre Emilia!”

Por lo demás, la señorita Emilia seguía llevando la cabeza alta, aunque todos creíamos que había motivos para que la llevara humillada. Parecía como si, más que nunca, reclamara el reconocimiento de su dignidad como última representante de los Grierson; como si tuviera necesidad de este contacto con lo terreno para reafirmarse a sí misma en su impenetrabilidad. Del mismo modo se comportó cuando adquirió el arsénico, el veneno para las ratas; esto ocurrió un año más tarde de cuando se empezó a decir: “¡Pobre Emilia!”, y mientras sus dos primas vinieron a visitarla.

-Necesito un veneno -dijo al droguero. Tenía entonces algo más de los 30 años y era aún una mujer esbelta, aunque algo más delgada de lo usual, con ojos fríos y altaneros brillando en un rostro del cual la carne parecía haber sido estirada en las sienes y en las cuencas de los ojos; como debe parecer el rostro del que se halla al pie de una farola.

-Necesito un veneno -dijo.

-¿Cuál quiere, señorita Emilia? ¿Es para las ratas? Yo le recom...

-Quiero el más fuerte que tenga -interrumpió-. No importa la clase.

El droguero le enumeró varios.

-Pueden matar hasta un elefante. Pero ¿qué es lo que usted desea. . .?

-Quiero arsénico. ¿Es bueno?

-¿Que si es bueno el arsénico? Sí, señora. Pero ¿qué es lo que desea...?

-Quiero arsénico.

El droguero la miró de abajo arriba. Ella le sostuvo la mirada de arriba abajo, rígida, con la faz tensa.

-¡Sí, claro -respondió el hombre-; si así lo desea! Pero la ley ordena que hay que decir para qué se va a emplear.

La señorita Emilia continuaba mirándolo, ahora con la cabeza levantada, fijando sus ojos en los ojos del droguero, hasta que éste desvió su mirada, fue a buscar el arsénico y se lo empaquetó. El muchacho negro se hizo cargo del paquete. E1 droguero se metió en la trastienda y no volvió a salir. Cuando la señorita Emilia abrió el paquete en su casa, vio que en la caja, bajo una calavera y unos huesos, estaba escrito: “Para las ratas”.

IV

Al día siguiente, todos nos preguntábamos: “¿Se irá a suicidar?” y pensábamos que era lo mejor que podía hacer. Cuando empezamos a verla con Homer Barron, pensamos: “Se casará con él”. Más tarde dijimos: “Quizás ella le convenga aún”, pues Homer, que frecuentaba el trato de los hombres y se sabía que bebía bastante, había dicho en el Club Elks que él no era un hombre de los que se casan. Y repetimos una vez más: “¡Pobre Emilia!” desde atrás de las vidrieras, cuando aquella tarde de domingo los vimos pasar en la calesa, la señorita Emilia con la cabeza erguida y Homer Barron con su sombrero de copa, un cigarro entre los dientes y las riendas y el látigo en las manos cubiertas con guantes amarillos....

Fue entonces cuando las señoras empezaron a decir que aquello constituía una desgracia para la ciudad y un mal ejemplo para la juventud. Los hombres no quisieron tomar parte en aquel asunto, pero al fin las damas convencieron al ministro de los bautistas -la señorita Emilia pertenecía a la Iglesia Episcopal- de que fuera a visitarla. Nunca se supo lo que ocurrió en aquella entrevista; pero en adelante el clérigo no quiso volver a oír nada acerca de una nueva visita. El domingo que siguió a la visita del ministro, la pareja cabalgó de nuevo por las calles, y al día siguiente la esposa del ministro escribió a los parientes que la señorita Emilia tenía en Alabama....

De este modo, tuvo a sus parientes bajo su techo y todos nos pusimos a observar lo que pudiera ocurrir. Al principio no ocurrió nada, y empezamos a creer que al fin iban a casarse. Supimos que la señorita Emilia había estado en casa del joyero y había encargado un juego de tocador para hombre, en plata, con las iniciales H.B. Dos días más tarde nos enteramos de que había encargado un equipo completo de trajes de hombre, incluyendo la camisa de noche, y nos dijimos: “Van a casarse” y nos sentíamos realmente contentos. Y nos alegrábamos más aún, porque las dos parientas que la señorita Emilia tenía en casa eran todavía más Grierson de lo que la señorita Emilia había sido....

Así pues, no nos sorprendimos mucho cuando Homer Barron se fue, pues la pavimentación de las calles ya se había terminado hacía tiempo. Nos sentimos, en verdad, algo desilusionados de que no hubiera habido una notificación pública; pero creímos que iba a arreglar sus asuntos, o que quizá trataba de facilitarle a ella el que pudiera verse libre de sus primas. (Por este tiempo, hubo una verdadera intriga y todos fuimos aliados de la señorita Emilia para ayudarla a desembarazarse de sus primas). En efecto, pasada una semana, se fueron y, como esperábamos, tres días después volvió Homer Barron. Un vecino vio al negro abrirle la puerta de la cocina, en un oscuro atardecer....

Y ésta fue la última vez que vimos a Homer Barron. También dejamos de ver a la señorita Emilia por algún tiempo. El negro salía y entraba con la cesta de ir al mercado; pero la puerta de la entrada principal permanecía cerrada. De vez en cuando podíamos verla en la ventana, como aquella noche en que algunos hombres esparcieron la cal; pero casi por espacio de seis meses no fue vista por las calles. Todos comprendimos entonces que esto era de esperar, como si aquella condición de su padre, que había arruinado la vida de su mujer durante tanto tiempo, hubiera sido demasiado virulenta y furiosa para morir con él....

Cuando vimos de nuevo a la señorita Emilia había engordado y su cabello empezaba a ponerse gris. En pocos años este gris se fue acentuando, hasta adquirir el matiz del plomo. Cuando murió, a los 74 años, tenía aún el cabello de un intenso gris plomizo, y tan vigoroso como el de un hombre joven....

Todos estos años la puerta principal permaneció cerrada, excepto por espacio de unos seis o siete, cuando ella andaba por los 40, en los cuales dio lecciones de pintura china. Había dispuesto un estudio en una de las habitaciones del piso bajo, al cual iban las hijas y nietas de los contemporáneos del coronel Sartoris, con la misma regularidad y aproximadamente con el mismo espíritu con que iban a la iglesia los domingos, con una pieza de ciento veinticinco para la colecta.

Entretanto, se le había dispensado de pagar las contribuciones.

Cuando la generación siguiente se ocupó de los destinos de la ciudad, las discípulas de pintura, al crecer, dejaron de asistir a las clases, y ya no enviaron a sus hijas con sus cajas de pintura y sus pinceles, a que la señorita Emilia les enseñara a pintar según las manidas imágenes representadas en las revistas para señoras. La puerta de la casa se cerró de nuevo y así permaneció en adelante. Cuando la ciudad tuvo servicio postal, la señorita Emilia fue la única que se negó a permitirles que colocasen encima de su puerta los números metálicos, y que colgasen de la misma un buzón. No quería ni oír hablar de ello.

Día tras día, año tras año, veíamos al negro ir y venir al mercado, cada vez más canoso y encorvado. Cada año, en el mes de diciembre, le enviábamos a la señorita Emilia el recibo de la contribución, que nos era devuelto, una semana más tarde, en el mismo sobre, sin abrir. Alguna vez la veíamos en una de las habitaciones del piso bajo -evidentemente había cerrado el piso alto de la casa- semejante al torso de un ídolo en su nicho, dándose cuenta, o no dándose cuenta, de nuestra presencia; eso nadie podía decirlo. Y de este modo la señorita Emilia pasó de una a otra generación, respetada, inasequible, impenetrable, tranquila y perversa.

Y así murió. Cayo enferma en aquella casa, envuelta en polvo y sombras, teniendo para cuidar de ella solamente a aquel negro torpón. Ni siquiera supimos que estaba enferma, pues hacía ya tiempo que habíamos renunciado a obtener alguna información del negro. Probablemente este hombre no hablaba nunca, ni aun con su ama, pues su voz era ruda y áspera, como si la tuviera en desuso.

Murió en una habitación del piso bajo, en una sólida cama de nogal, con cortinas, con la cabeza apoyada en una almohada amarilla, empalidecida por el paso del tiempo y la falta de sol.

V

El negro recibió en la puerta principal a las primeras señoras que llegaron a la casa, las dejó entrar curioseándolo todo y hablando en voz baja, y desapareció. Atravesó la casa, salió por la puerta trasera y no se volvió a ver más. Las dos primas de la señorita Emilia llegaron inmediatamente, dispusieron el funeral para el día siguiente, y allá fue la ciudad entera a contemplar a la señorita Emilia yaciendo bajo montones de flores, y con el retrato a lápiz de su padre colocado sobre el ataúd, acompañada por las dos damas sibilantes y macabras. En el balcón estaban los hombres, y algunos de ellos, los más viejos, vestidos con su cepillado uniforme de confederados; hablaban de ella como si hubiera sido contemporánea suya, como si la hubieran cortejado y hubieran bailado con ella, confundiendo el tiempo en su matemática progresión, como suelen hacerlo las personas ancianas, para quienes el pasado no es un camino que se aleja, sino una vasta pradera a la que el invierno no hace variar, y separado de los tiempos actuales por la estrecha unión de los últimos diez años.

Sabíamos ya todos que en el piso superior había una habitación que nadie había visto en los últimos cuarenta años y cuya puerta tenía que ser forzada. No obstante esperaron, para abrirla, a que la señorita Emilia descansara en su tumba.

Al echar abajo la puerta, la habitación se llenó de una gran cantidad de polvo, que pareció invadirlo todo. En esta habitación, preparada y adornada como para una boda, por doquiera parecía sentirse como una tenue y acre atmósfera de tumba: sobre las cortinas, de un marchito color de rosa; sobre las pantallas, también rosadas, situadas sobre la mesa-tocador; sobre la araña de cristal; sobre los objetos de tocador para hombre, en plata tan oxidada que apenas se distinguía el monograma con que estaban marcados. Entre estos objetos aparecía un cuello y una corbata, como si se hubieran acabado de quitar y así, abandonados sobre el tocador, resplandecían con una pálida blancura en medio del polvo que lo llenaba todo. En una silla estaba un traje de hombre, cuidadosamente doblado; al pie de la silla, los calcetines y los zapatos.

El hombre yacía en la cama..

Por un largo tiempo nos detuvimos a la puerta, mirando asombrados aquella apariencia misteriosa y descarnada. El cuerpo había quedado en la actitud de abrazar; pero ahora el largo sueño que dura más que el amor, que vence al gesto del amor, lo había aniquilado. Lo que quedaba de él, pudriéndose bajo lo que había sido camisa de dormir, se había convertido en algo inseparable de la cama en que yacía. Sobre él, y sobre la almohada que estaba a su lado, se extendía la misma capa de denso y tenaz polvo.

Entonces nos dimos cuenta de que aquella segunda almohada ofrecía la depresión dejada por otra cabeza. Uno de los que allí estábamos levantó algo que había sobre ella e inclinándonos hacia delante, mientras se metía en nuestras narices aquel débil e invisible polvo seco y acre, vimos una larga hebra de cabello gris.