Bienvenidos a estas palabras del alma. Que todos nos reencontremos en el instante de su eternidad.

Mi homenaje a todas las madres del mundo

Bernardo Silfa Bor


En este día de las madres quiero compartir con todos ustedes y en especial con todas las madres del mundo este poema XVI del libro SENTIDO DEL PRESAGIO que escribí hace un tiempo para un día especial como el de las madres y que dedique a la mia, Doña Carmen Gomera.

Desde la Otra Orilla y este poema felicito a todas las madres dominicanas, hispanas y del mundo.

He aquí el poema:


XVI

Dedicado a mi madre

En este instante convoco
a quien prolonga lo breve en mi aliento
a ese que define la nada y el todo
desde los vientres líquidos
desde los vidrios y las madres
es mi queja la llamada
saber por qué sólo mayo
por qué sólo un momento
para todos los momentos los años
acaso su finitud fue un gesto
suspensivamente supuesto
por qué la brevedad lo instantáneo
la estadía mínima como relámpago errante
por qué estar lejano
siendo profundo cercano
por qué sólo lo esporádico
por qué dar sólo un único
y último cíclico día
a quienes nos dejan su suave aliento
por qué ese tedioso domingo
si son todos los días mayos del año
por qué si son diosas lúdicas
que nos dieron los rostros
que nos llevan en el cuerpo
como espejo de su imagen
acaso su búsqueda
no fue la vuelta interina a los vínculos
ya no hay peros justificantes
sólo la proclama que da todo espacio
todo tiempo todo orbe esencial
para la madre dulce y sonriente
que nos guarda llena de manantiales
para ellas como eterna alabanza
trescientas sesentaicinco
alegres hermosuras
y nuestra dulce luz infinita.

LA OTRA CARA DE LA MONEDA: dimensión de la cultura que debemos cambiar

Por Bernardo Silfa Bor


Todo conjunto de conocimientos, costumbres, obras artísticas y literarias u otro tipo de las personas de un lugar o de una época, es a lo que en el definidor de vocablos se le designa como cultura. Pero, no es menos cierto que toda manifestación realizada por el hombre se asume como cultura. Así se consigna en la sentencia “todo lo que el hombre hace es cultura” la cual podemos encontrar en algunos libros de historia de la cultura. De hecho, cada acción de esa inteligencia que es el ser humano, crea unos patrones conductuales que se van compilando como costumbres, tradiciones, leyendas, fábulas, historias, mitos..., es decir, se va creando la cultura de los pueblos.
La cultura es el hombre mismo y el hombre en sí es la cultura. Pueblo y cultura son unidades monolíticas insolubles perpetuadas en el tempoespacio existencial del hito universal.
A partir de esa conceptualización de la cultura - todo lo que el hombre realiza - necesariamente tienen que aparecer interrogantes como estas : ¿ Es cultura la alta delincuencia que nos azota ? ¿ Es cultura el proceso bélico armado que se da entre naciones por intereses meramente materialistas, sin que cuente el ser humano ? ¿ Es cultura la criminalidad existente en nuestro país y la mayoría de los pueblos de este mundo ? ¿Es cultura el hurtar descaradamente el patrimonio de los pueblos como es de moda en nuestros pueblos latinoamericanos ? ¿ Es cultura el alto nivel de violencia en el cual se desenvuelven nuestras sociedades ? y uno se pregunta, además, ¿Es cultura el asesinar personas inocentes ? Éstas son acciones puestas en escenas por el hombre, por lo que deben ser consideradas como parte de su cultura. Observemos que Ezequiel Ander Egg ha planteado la cultura como adquisición de conjunto de saberes y como resultante de esa adquisición, llamándole cultura cultivada. También la plantea como estilo de ser, de hacer y de pensar y como conjunto de obras e instituciones y en este plano le llama cultura cultural. Esto significa para, Ander Egg, que la cultura es lo que el pueblo cultiva. Este teórico de la cultura asegura que la cultura es un destino personal y colectivo, es decir un estilo de vida.
Esto que planteamos aquí, como se ve es estudiado y analizado por entendidos en sociología, sicología y la cultura en sí. Estos elementos que presentamos aquí son conductas inadecuadas de individuos y líderes desquiciados y desquiciantes, pero que no dejan de ser cultura. Por lo que estamos diciendo que la respuesta a las interrogantes que se derivan de esa sencilla y simple definición de cultura es un “ Sí ” fuertemente afirmativo.
Es a partir, entonces, de esa afirmación que partimos para enfocar la dualidad de sentido y significancia de la cultura, amparado además por Ander Egg.
En toda cultura coexisten la dimensión positiva y la dimensión negativa de la cultura porque el hombre así la crea. Categorizar la cultura, a partir de aquí, debe ser tarea diaria de cada una de las entidades y personas que se encargan de velar por las correctas normas que rigen el accionar humano en la sociedad, ya que no es lo mismo - hablando de cultura - participar en el Carnaval Nacional como actor del mismo que participar en hechos vandálicos que dañan a la sociedad. Esos esquemas conductuales que no son tomados en cuenta cuando se toca la temática cultura, también permean esa memoria dinámica de los pueblos, a la que se denomina cultura. Es por ello que en este trajinar de página queremos reafirmar la coexistencia en nuestras sociedades de dos esquemas paralelos de cultura a los que llamamos aquí dimensión positiva de la cultura y dimensión negativa de la cultura. Esta categorización es una tentativa de darle concreción -a la acción cultural - dentro de los planos conductuales intrínsecos al ente creador de la cultura ( el hombre ), a esa última dimensión, manifestación rechazable en toda sociedad, pero siempre sin darle atención para reconvertirla a la primera dimensión.
Debemos pues, a partir de estas dos dimensiones de la cultura preeminenciar la redefinición de programas sociales tendentes a reconvertir esas acciones negativas en acciones positivas que beneficien a todo el conglomerado social.
Pero esa (re)conversión no se va a lograr con el rechazo y el castigo, sino a través de una verdadera intención y una verdadera inversión de recursos en las comunidades y en el hombre más desprotegido. Porque no basta saber que la “acción cultural es el arma eficaz en el combate que por múltiples vías todos debemos librar para frenar la violencia, la criminalidad, la delincuencia... logrando la tranquilidad de la familia”. No, no basta saberlo, hay que enfrentarla con ahínco y seriedad. Es preciso que las “acciones culturales se pragmaticen, se aterricen a cada realidad sectorial”, para que la dimensión negativa de la cultura se reduzca “a la mínima”. Debemos todos, como un sólo canal, conducir esas energías positivas y dinámicas hacia nuestros niños y jóvenes para vincularlos al engranaje que mueve las manifestaciones sanas de las comunidades, es decir, hacia la dimensión positiva de la cultura, en busca del fortalecimiento de la convivencia en paz, a través de la participación de nuestras gentes, en las instituciones y organizaciones socioculturales, religiosas y artísticas.
Porque la cultura es “todo lo que el ser humano es capaz de producir a través de su existencia individual y colectiva” es que debemos hacer despertar en nuestra juventud ese espíritu innovador y creador positivo que lo habita en mayoría, desde el introito mismo de su existencia. Es tarea nuestra energizar positivamente toda conducta inadecuada observable en los seres que nos circundan en pro de ayudar a robustecer y fortalecer su conciencia y el rol que deben jugar en sus comunidades.
Todos en jornadas incansables, debemos avasallar esa “otra cara de la moneda” que es la “dimensión negativa de la cultura” que aquí presentamos y que proponemos se enfrente con verdadero sentido humanitario y de responsabilidad para borrar de nuestro espacio social esa sombra que amenaza nuestro hermoso existir. Hagamos todos juntos desaparecer de nuestro entorno la cultura de la pobreza, la cultura de la miseria, la cultura de minimizar al otro, la cultura de la envidia y el egoísmo, la cultura del yoísmo ..., y pasemos a hacer de la vida un racimo de uvas dulces, una lluvia de luz que humedezca el suelo fértil de la cultura de las buenas acciones, la verdad, la paz, la prosperidad, el bienestar y el desarrollo sostenido de la humanidad.
Por la memoria pulcra de la cultura que dejaremos a las futuras generaciones, pulamos hoy esa otra “cara de la moneda” para que ambas brillen intensamente igual en la positividad.

Cerca de lo lejos





Por René Rodríguez Soriano © mediaIsla




Yo sé que por alguna causa que no conozco estás de viaje, |un
océano más poderoso que la noche te lleva entre sus manos, | como
una flor dispersa.
-José Carlos Becerra-





Quería escribir pero no quería escribir. Tenía un conejito
color mugre con los ojos casi tintos, tirando a vino; un pichoncito de
cuyaya que murió aplastado por un frasco de betún; un tocadiscos
con el brazo desorbitado, sin aguja, zumbando contra el eco de la tarde
hueca, y una canción, tenía. Quería cantar pero no sabía,
aunque quería.

Desvergonzada y sin conciencia, cae la lluvia sobre la ciudad. Falsas
vasijas, flores de papel y biombos huecos, se quiebran de impotencia
ante el hastío de los días largos; van y vienen por las hondas
ondas frufrús y celofanes de la manufactura y del diseño. Sucede a
diario, el diario no dice nada que no hayan ocultado ya la radio y la
televisión. Sólo el poema, con su singular manera de aludir el
plural de las cosas con la mayor economía de recursos de la lengua,
permanece.

Julio es un mes con travesaños en los días. Tablones que se
sobreponen, se encadenan y desgajan, a gotas como la escarcha. Julio es
un mirador que se proyecta río abajo, difuminándose en los
páramos del recuerdo, entre pomares y ciguas palmeras. Antes de que
el canto del gallo rompiera en dos el trapo incierto de la madrugada, ya
papá plantaba brotecitos de col y mandarinas. Mamá ordeña una
vaca negra inmenso que se derrama en el bidón blanquísima. Papá
pinta y despinta albas y ocasos, yendo y viniendo del verde al pedregal.

Papá sabía perderse en la espesura del día, y regresar con las
manos paridas de naranjas y limones; tarareaba infinitas melodías, e
hilvanaba de un tajo, con su cortaplumas, el jugo con la sed a punta de
melones y sandías. Era tan sabio y dulce el río, cuando nadaba con
él. Era tal vez el tan mentado yin, el abc que soñaba en mis
sueños. Yo, con el alma mojada en un pincel, sacaba música de las
branquias de los peces o del lamento de los ahogados. Cabalgaba una
estrella, un centauro y daba de comer a las gallinas con el maíz de
sus manos. El valle era un granero que florecía en simientes cundidos
de geranios y azucenas. Algún potrillo loco pisoteaba los sembrados.

No iba buscando el yan, estoy seguro, en julio del 96, ni el Vellocino
ni a los Argonautas ni ángeles en Los Ángeles. Iba tan sólo en
una nube, con mi atávico terno de Clark Kent, buscando un ala...
Papá pulsó una tecla, dijo mi nombre conjugando el verbo
cercanía, y de un tajo achicó la lejanía. Era julio 29, han
pasado los años desde entonces, y pienso, estoy seguro, que tan
sólo se alejó un ratito para estar más cerca todavía.

Una rosa para Emilia. Cuento de William Faulkner

CIUDAD SEVA
Selección del cuento
Luis López Nieves

Cuando murió la señorita Emilia Grierson, casi toda la ciudad asistió a su funeral; los hombres, con esa especie de respetuosa devoción ante un monumento que desaparece; las mujeres, en su mayoría, animadas de un sentimiento de curiosidad por ver por dentro la casa en la que nadie había entrado en los últimos diez años, salvo un viejo sirviente, que hacía de cocinero y jardinero a la vez.

La casa era una construcción cuadrada, pesada, que había sido blanca en otro tiempo, decorada con cúpulas, volutas, espirales y balcones en el pesado estilo del siglo XVII; asentada en la calle principal de la ciudad en los tiempos en que se construyó, se había visto invadida más tarde por garajes y fábricas de algodón, que habían llegado incluso a borrar el recuerdo de los ilustres nombres del vecindario. Tan sólo había quedado la casa de la señorita Emilia, levantando su permanente y coqueta decadencia sobre los vagones de algodón y bombas de gasolina, ofendiendo la vista, entre las demás cosas que también la ofendían. Y ahora la señorita Emilia había ido a reunirse con los representantes de aquellos ilustres hombres que descansaban en el sombreado cementerio, entre las alineadas y anónimas tumbas de los soldados de la Unión, que habían caído en la batalla de Jefferson.

Mientras vivía, la señorita Emilia había sido para la ciudad una tradición, un deber y un cuidado, una especie de heredada tradición, que databa del día en que el coronel Sartoris el Mayor -autor del edicto que ordenaba que ninguna mujer negra podría salir a la calle sin delantal-, la eximió de sus impuestos, dispensa que había comenzado cuando murió su padre y que más tarde fue otorgada a perpetuidad. Y no es que la señorita Emilia fuera capaz de aceptar una caridad. Pero el coronel Sartoris inventó un cuento, diciendo que el padre de la señorita Emilia había hecho un préstamo a la ciudad, y que la ciudad se valía de este medio para pagar la deuda contraída. Sólo un hombre de la generación y del modo de ser del coronel Sartoris hubiera sido capaz de inventar una excusa semejante, y sólo una mujer como la señorita Emilia podría haber dado por buena esta historia.

Cuando la siguiente generación, con ideas más modernas, maduró y llegó a ser directora de la ciudad, aquel arreglo tropezó con algunas dificultades. Al comenzar el año enviaron a la señorita Emilia por correo el recibo de la contribución, pero no obtuvieron respuesta. Entonces le escribieron, citándola en el despacho del alguacil para un asunto que le interesaba. Una semana más tarde el alcalde volvió a escribirle ofreciéndole ir a visitarla, o enviarle su coche para que acudiera a la oficina con comodidad, y recibió en respuesta una nota en papel de corte pasado de moda, y tinta empalidecida, escrita con una floreada caligrafía, comunicándole que no salía jamás de su casa. Así pues, la nota de la contribución fue archivada sin más comentarios.

Convocaron, entonces, una junta de regidores, y fue designada una delegación para que fuera a visitarla.

Allá fueron, en efecto, y llamaron a la puerta, cuyo umbral nadie había traspasado desde que aquélla había dejado de dar lecciones de pintura china, unos ocho o diez años antes. Fueron recibidos por el viejo negro en un oscuro vestíbulo, del cual arrancaba una escalera que subía en dirección a unas sombras aún más densas. Olía allí a polvo y a cerrado, un olor pesado y húmedo. El vestíbulo estaba tapizado en cuero. Cuando el negro descorrió las cortinas de una ventana, vieron que el cuero estaba agrietado y cuando se sentaron, se levantó una nubecilla de polvo en torno a sus muslos, que flotaba en ligeras motas, perceptibles en un rayo de sol que entraba por la ventana. Sobre la chimenea había un retrato a lápiz, del padre de la señorita Emilia, con un deslucido marco dorado.

Todos se pusieron en pie cuando la señorita Emilia entró -una mujer pequeña, gruesa, vestida de negro, con una pesada cadena en torno al cuello que le descendía hasta la cintura y que se perdía en el cinturón-; debía de ser de pequeña estatura; quizá por eso, lo que en otra mujer pudiera haber sido tan sólo gordura, en ella era obesidad. Parecía abotagada, como un cuerpo que hubiera estado sumergido largo tiempo en agua estancada. Sus ojos, perdidos en las abultadas arrugas de su faz, parecían dos pequeñas piezas de carbón, prensadas entre masas de terrones, cuando pasaban sus miradas de uno a otro de los visitantes, que le explicaban el motivo de su visita.

No los hizo sentar; se detuvo en la puerta y escuchó tranquilamente, hasta que el que hablaba terminó su exposición. Pudieron oír entonces el tictac del reloj que pendía de su cadena, oculto en el cinturón.

Su voz fue seca y fría.

-Yo no pago contribuciones en Jefferson. El coronel Sartoris me eximió. Pueden ustedes dirigirse al Ayuntamiento y allí les informarán a su satisfacción.

-De allí venimos; somos autoridades del Ayuntamiento, ¿no ha recibido usted un comunicado del alguacil, firmado por él?

-Sí, recibí un papel -contestó la señorita Emilia-. Quizá él se considera alguacil. Yo no pago contribuciones en Jefferson.

-Pero en los libros no aparecen datos que indiquen una cosa semejante. Nosotros debemos...

-Vea al coronel Sartoris. Yo no pago contribuciones en Jefferson.

-Pero, señorita Emilia...

-Vea al coronel Sartoris (el coronel Sartoris había muerto hacía ya casi diez años.) Yo no pago contribuciones en Jefferson. ¡Tobe! -exclamó llamando al negro-. Muestra la salida a estos señores.

II

Así pues, la señorita Emilia venció a los regidores que fueron a visitarla del mismo modo que treinta años antes había vencido a los padres de los mismos regidores, en aquel asunto del olor. Esto ocurrió dos años después de la muerte de su padre y poco después de que su prometido -todos creímos que iba a casarse con ella- la hubiera abandonado. Cuando murió su padre apenas si volvió a salir a la calle; después que su prometido desapareció, casi dejó de vérsele en absoluto. Algunas señoras que tuvieron el valor de ir a visitarla, no fueron recibidas; y la única muestra de vida en aquella casa era el criado negro -un hombre joven a la sazón-, que entraba y salía con la cesta del mercado al brazo.

“Como si un hombre -cualquier hombre- fuera capaz de tener la cocina limpia”, comentaban las señoras, así que no les extrañó cuando empezó a sentirse aquel olor; y esto constituyó otro motivo de relación entre el bajo y prolífico pueblo y aquel otro mundo alto y poderoso de los Grierson.

Una vecina de la señorita Emilia acudió a dar una queja ante el alcalde y juez Stevens, anciano de ochenta años.

-¿Y qué quiere usted que yo haga? -dijo el alcalde.

-¿Qué quiero que haga? Pues que le envíe una orden para que lo remedie. ¿Es que no hay una ley?

-No creo que sea necesario -afirmó el juez Stevens-. Será que el negro ha matado alguna culebra o alguna rata en el jardín. Ya le hablaré acerca de ello.

Al día siguiente, recibió dos quejas más, una de ellas partió de un hombre que le rogó cortésmente:

-Tenemos que hacer algo, señor juez; por nada del mundo querría yo molestar a la señorita Emilia; pero hay que hacer algo.

Por la noche, el tribunal de los regidores -tres hombres que peinaban canas, y otro algo más joven- se encontró con un hombre de la joven generación, al que hablaron del asunto.

-Es muy sencillo -afirmó éste-. Ordenen a la señorita Emilia que limpie el jardín, denle algunos días para que lo lleve a cabo y si no lo hace...

-Por favor, señor -exclamó el juez Stevens-. ¿Va usted a acusar a la señorita Emilia de que huele mal?

Al día siguiente por la noche, después de las doce, cuatro hombres cruzaron el césped de la finca de la señorita Emilia y se deslizaron alrededor de la casa, como ladrones nocturnos, husmeando los fundamentos del edificio, construidos con ladrillo, y las ventanas que daban al sótano, mientras uno de ellos hacía un acompasado movimiento, como si estuviera sembrando, metiendo y sacando la mano de un saco que pendía de su hombro. Abrieron la puerta de la bodega, y allí esparcieron cal, y también en las construcciones anejas a la casa. Cuando hubieron terminado y emprendían el regreso, detrás de una iluminada ventana que al llegar ellos estaba oscura, vieron sentada a la señorita Emilia, rígida e inmóvil como un ídolo. Cruzaron lentamente el prado y llegaron a los algarrobos que se alineaban a lo largo de la calle. Una semana o dos más tarde, aquel olor había desaparecido.

Así fue cómo el pueblo empezó a sentir verdadera compasión por ella. Todos en la ciudad recordaban que su anciana tía, lady Wyatt, había acabado completamente loca, y creían que los Grierson se tenían en más de lo que realmente eran. Ninguno de nuestros jóvenes casaderos era bastante bueno para la señorita Emilia. Nos habíamos acostumbrado a representarnos a ella y a su padre como un cuadro. Al fondo, la esbelta figura de la señorita Emilia, vestida de blanco; en primer término, su padre, dándole la espalda, con un látigo en la mano, y los dos, enmarcados por la puerta de entrada a su mansión. Y así, cuando ella llegó a sus 30 años en estado de soltería, no sólo nos sentíamos contentos por ello, sino que hasta experimentamos como un sentimiento de venganza. A pesar de la tara de la locura en su familia, no hubieran faltado a la señorita Emilia ocasiones de matrimonio, si hubiera querido aprovecharlas..

Cuando murió su padre, se supo que a su hija sólo le quedaba en propiedad la casa, y en cierto modo esto alegró a la gente; al fin podían compadecer a la señorita Emilia. Ahora que se había quedado sola y empobrecida, sin duda se humanizaría; ahora aprendería a conocer los temblores y la desesperación de tener un céntimo de más o de menos.

Al día siguiente de la muerte de su padre, las señoras fueron a la casa a visitar a la señorita Emilia y darle el pésame, como es costumbre. Ella, vestida como siempre, y sin muestra ninguna de pena en el rostro, las puso en la puerta, diciéndoles que su padre no estaba muerto. En esta actitud se mantuvo tres días, visitándola los ministros de la Iglesia y tratando los doctores de persuadirla de que los dejara entrar para disponer del cuerpo del difunto. Cuando ya estaban dispuestos a valerse de la fuerza y de la ley, la señorita Emilia rompió en sollozos y entonces se apresuraron a enterrar al padre.

No decimos que entonces estuviera loca. Creímos que no tuvo más remedio que hacer esto. Recordando a todos los jóvenes que su padre había desechado, y sabiendo que no le había quedado ninguna fortuna, la gente pensaba que ahora no tendría más remedio que agarrarse a los mismos que en otro tiempo había despreciado.

III

La señorita Emilia estuvo enferma mucho tiempo. Cuando la volvimos a ver, llevaba el cabello corto, lo que la hacía aparecer más joven que una muchacha, con una vaga semejanza con esos ángeles que figuran en los vidrios de colores de las iglesias, de expresión a la vez trágica y serena...

Por entonces justamente la ciudad acababa de firmar los contratos para pavimentar las calles, y en el verano siguiente a la muerte de su padre empezaron los trabajos. La compañía constructora vino con negros, mulas y maquinaria, y al frente de todo ello, un capataz, Homer Barron, un yanqui blanco de piel oscura, grueso, activo, con gruesa voz y ojos más claros que su rostro. Los muchachillos de la ciudad solían seguirlo en grupos, por el gusto de verlo renegar de los negros, y oír a éstos cantar, mientras alzaban y dejaban caer el pico. Homer Barren conoció en seguida a todos los vecinos de la ciudad. Dondequiera que, en un grupo de gente, se oyera reír a carcajadas se podría asegurar, sin temor a equivocarse, que Homer Barron estaba en el centro de la reunión. Al poco tiempo empezamos a verlo acompañando a la señorita Emilia en las tardes del domingo, paseando en la calesa de ruedas amarillas o en un par de caballos bayos de alquiler...

Al principio todos nos sentimos alegres de que la señorita Emilia tuviera un interés en la vida, aunque todas las señoras decían: “Una Grierson no podía pensar seriamente en unirse a un hombre del Norte, y capataz por añadidura.” Había otros, y éstos eran los más viejos, que afirmaban que ninguna pena, por grande que fuera, podría hacer olvidar a una verdadera señora aquello de noblesse oblige -claro que sin decir noblesse oblige- y exclamaban:

“¡Pobre Emilia! ¡Ya podían venir sus parientes a acompañarla!”, pues la señorita Emilia tenía familiares en Alabama, aunque ya hacía muchos años que su padre se había enemistado con ellos, a causa de la vieja lady Wyatt, aquella que se volvió loca, y desde entonces se había roto toda relación entre ellos, de tal modo que ni siquiera habían venido al funeral.

Pero lo mismo que la gente empezó a exclamar: “¡Pobre Emilia!”, ahora empezó a cuchichear: “Pero ¿tú crees que se trata de...?” “¡Pues claro que sí! ¿Qué va a ser, si no?”, y para hablar de ello, ponían sus manos cerca de la boca. Y cuando los domingos por la tarde, desde detrás de las ventanas entornadas para evitar la entrada excesiva del sol, oían el vivo y ligero clop, clop, clop, de los bayos en que la pareja iba de paseo, podía oírse a las señoras exclamar una vez más, entre un rumor de sedas y satenes: “¡Pobre Emilia!”

Por lo demás, la señorita Emilia seguía llevando la cabeza alta, aunque todos creíamos que había motivos para que la llevara humillada. Parecía como si, más que nunca, reclamara el reconocimiento de su dignidad como última representante de los Grierson; como si tuviera necesidad de este contacto con lo terreno para reafirmarse a sí misma en su impenetrabilidad. Del mismo modo se comportó cuando adquirió el arsénico, el veneno para las ratas; esto ocurrió un año más tarde de cuando se empezó a decir: “¡Pobre Emilia!”, y mientras sus dos primas vinieron a visitarla.

-Necesito un veneno -dijo al droguero. Tenía entonces algo más de los 30 años y era aún una mujer esbelta, aunque algo más delgada de lo usual, con ojos fríos y altaneros brillando en un rostro del cual la carne parecía haber sido estirada en las sienes y en las cuencas de los ojos; como debe parecer el rostro del que se halla al pie de una farola.

-Necesito un veneno -dijo.

-¿Cuál quiere, señorita Emilia? ¿Es para las ratas? Yo le recom...

-Quiero el más fuerte que tenga -interrumpió-. No importa la clase.

El droguero le enumeró varios.

-Pueden matar hasta un elefante. Pero ¿qué es lo que usted desea. . .?

-Quiero arsénico. ¿Es bueno?

-¿Que si es bueno el arsénico? Sí, señora. Pero ¿qué es lo que desea...?

-Quiero arsénico.

El droguero la miró de abajo arriba. Ella le sostuvo la mirada de arriba abajo, rígida, con la faz tensa.

-¡Sí, claro -respondió el hombre-; si así lo desea! Pero la ley ordena que hay que decir para qué se va a emplear.

La señorita Emilia continuaba mirándolo, ahora con la cabeza levantada, fijando sus ojos en los ojos del droguero, hasta que éste desvió su mirada, fue a buscar el arsénico y se lo empaquetó. El muchacho negro se hizo cargo del paquete. E1 droguero se metió en la trastienda y no volvió a salir. Cuando la señorita Emilia abrió el paquete en su casa, vio que en la caja, bajo una calavera y unos huesos, estaba escrito: “Para las ratas”.

IV

Al día siguiente, todos nos preguntábamos: “¿Se irá a suicidar?” y pensábamos que era lo mejor que podía hacer. Cuando empezamos a verla con Homer Barron, pensamos: “Se casará con él”. Más tarde dijimos: “Quizás ella le convenga aún”, pues Homer, que frecuentaba el trato de los hombres y se sabía que bebía bastante, había dicho en el Club Elks que él no era un hombre de los que se casan. Y repetimos una vez más: “¡Pobre Emilia!” desde atrás de las vidrieras, cuando aquella tarde de domingo los vimos pasar en la calesa, la señorita Emilia con la cabeza erguida y Homer Barron con su sombrero de copa, un cigarro entre los dientes y las riendas y el látigo en las manos cubiertas con guantes amarillos....

Fue entonces cuando las señoras empezaron a decir que aquello constituía una desgracia para la ciudad y un mal ejemplo para la juventud. Los hombres no quisieron tomar parte en aquel asunto, pero al fin las damas convencieron al ministro de los bautistas -la señorita Emilia pertenecía a la Iglesia Episcopal- de que fuera a visitarla. Nunca se supo lo que ocurrió en aquella entrevista; pero en adelante el clérigo no quiso volver a oír nada acerca de una nueva visita. El domingo que siguió a la visita del ministro, la pareja cabalgó de nuevo por las calles, y al día siguiente la esposa del ministro escribió a los parientes que la señorita Emilia tenía en Alabama....

De este modo, tuvo a sus parientes bajo su techo y todos nos pusimos a observar lo que pudiera ocurrir. Al principio no ocurrió nada, y empezamos a creer que al fin iban a casarse. Supimos que la señorita Emilia había estado en casa del joyero y había encargado un juego de tocador para hombre, en plata, con las iniciales H.B. Dos días más tarde nos enteramos de que había encargado un equipo completo de trajes de hombre, incluyendo la camisa de noche, y nos dijimos: “Van a casarse” y nos sentíamos realmente contentos. Y nos alegrábamos más aún, porque las dos parientas que la señorita Emilia tenía en casa eran todavía más Grierson de lo que la señorita Emilia había sido....

Así pues, no nos sorprendimos mucho cuando Homer Barron se fue, pues la pavimentación de las calles ya se había terminado hacía tiempo. Nos sentimos, en verdad, algo desilusionados de que no hubiera habido una notificación pública; pero creímos que iba a arreglar sus asuntos, o que quizá trataba de facilitarle a ella el que pudiera verse libre de sus primas. (Por este tiempo, hubo una verdadera intriga y todos fuimos aliados de la señorita Emilia para ayudarla a desembarazarse de sus primas). En efecto, pasada una semana, se fueron y, como esperábamos, tres días después volvió Homer Barron. Un vecino vio al negro abrirle la puerta de la cocina, en un oscuro atardecer....

Y ésta fue la última vez que vimos a Homer Barron. También dejamos de ver a la señorita Emilia por algún tiempo. El negro salía y entraba con la cesta de ir al mercado; pero la puerta de la entrada principal permanecía cerrada. De vez en cuando podíamos verla en la ventana, como aquella noche en que algunos hombres esparcieron la cal; pero casi por espacio de seis meses no fue vista por las calles. Todos comprendimos entonces que esto era de esperar, como si aquella condición de su padre, que había arruinado la vida de su mujer durante tanto tiempo, hubiera sido demasiado virulenta y furiosa para morir con él....

Cuando vimos de nuevo a la señorita Emilia había engordado y su cabello empezaba a ponerse gris. En pocos años este gris se fue acentuando, hasta adquirir el matiz del plomo. Cuando murió, a los 74 años, tenía aún el cabello de un intenso gris plomizo, y tan vigoroso como el de un hombre joven....

Todos estos años la puerta principal permaneció cerrada, excepto por espacio de unos seis o siete, cuando ella andaba por los 40, en los cuales dio lecciones de pintura china. Había dispuesto un estudio en una de las habitaciones del piso bajo, al cual iban las hijas y nietas de los contemporáneos del coronel Sartoris, con la misma regularidad y aproximadamente con el mismo espíritu con que iban a la iglesia los domingos, con una pieza de ciento veinticinco para la colecta.

Entretanto, se le había dispensado de pagar las contribuciones.

Cuando la generación siguiente se ocupó de los destinos de la ciudad, las discípulas de pintura, al crecer, dejaron de asistir a las clases, y ya no enviaron a sus hijas con sus cajas de pintura y sus pinceles, a que la señorita Emilia les enseñara a pintar según las manidas imágenes representadas en las revistas para señoras. La puerta de la casa se cerró de nuevo y así permaneció en adelante. Cuando la ciudad tuvo servicio postal, la señorita Emilia fue la única que se negó a permitirles que colocasen encima de su puerta los números metálicos, y que colgasen de la misma un buzón. No quería ni oír hablar de ello.

Día tras día, año tras año, veíamos al negro ir y venir al mercado, cada vez más canoso y encorvado. Cada año, en el mes de diciembre, le enviábamos a la señorita Emilia el recibo de la contribución, que nos era devuelto, una semana más tarde, en el mismo sobre, sin abrir. Alguna vez la veíamos en una de las habitaciones del piso bajo -evidentemente había cerrado el piso alto de la casa- semejante al torso de un ídolo en su nicho, dándose cuenta, o no dándose cuenta, de nuestra presencia; eso nadie podía decirlo. Y de este modo la señorita Emilia pasó de una a otra generación, respetada, inasequible, impenetrable, tranquila y perversa.

Y así murió. Cayo enferma en aquella casa, envuelta en polvo y sombras, teniendo para cuidar de ella solamente a aquel negro torpón. Ni siquiera supimos que estaba enferma, pues hacía ya tiempo que habíamos renunciado a obtener alguna información del negro. Probablemente este hombre no hablaba nunca, ni aun con su ama, pues su voz era ruda y áspera, como si la tuviera en desuso.

Murió en una habitación del piso bajo, en una sólida cama de nogal, con cortinas, con la cabeza apoyada en una almohada amarilla, empalidecida por el paso del tiempo y la falta de sol.

V

El negro recibió en la puerta principal a las primeras señoras que llegaron a la casa, las dejó entrar curioseándolo todo y hablando en voz baja, y desapareció. Atravesó la casa, salió por la puerta trasera y no se volvió a ver más. Las dos primas de la señorita Emilia llegaron inmediatamente, dispusieron el funeral para el día siguiente, y allá fue la ciudad entera a contemplar a la señorita Emilia yaciendo bajo montones de flores, y con el retrato a lápiz de su padre colocado sobre el ataúd, acompañada por las dos damas sibilantes y macabras. En el balcón estaban los hombres, y algunos de ellos, los más viejos, vestidos con su cepillado uniforme de confederados; hablaban de ella como si hubiera sido contemporánea suya, como si la hubieran cortejado y hubieran bailado con ella, confundiendo el tiempo en su matemática progresión, como suelen hacerlo las personas ancianas, para quienes el pasado no es un camino que se aleja, sino una vasta pradera a la que el invierno no hace variar, y separado de los tiempos actuales por la estrecha unión de los últimos diez años.

Sabíamos ya todos que en el piso superior había una habitación que nadie había visto en los últimos cuarenta años y cuya puerta tenía que ser forzada. No obstante esperaron, para abrirla, a que la señorita Emilia descansara en su tumba.

Al echar abajo la puerta, la habitación se llenó de una gran cantidad de polvo, que pareció invadirlo todo. En esta habitación, preparada y adornada como para una boda, por doquiera parecía sentirse como una tenue y acre atmósfera de tumba: sobre las cortinas, de un marchito color de rosa; sobre las pantallas, también rosadas, situadas sobre la mesa-tocador; sobre la araña de cristal; sobre los objetos de tocador para hombre, en plata tan oxidada que apenas se distinguía el monograma con que estaban marcados. Entre estos objetos aparecía un cuello y una corbata, como si se hubieran acabado de quitar y así, abandonados sobre el tocador, resplandecían con una pálida blancura en medio del polvo que lo llenaba todo. En una silla estaba un traje de hombre, cuidadosamente doblado; al pie de la silla, los calcetines y los zapatos.

El hombre yacía en la cama..

Por un largo tiempo nos detuvimos a la puerta, mirando asombrados aquella apariencia misteriosa y descarnada. El cuerpo había quedado en la actitud de abrazar; pero ahora el largo sueño que dura más que el amor, que vence al gesto del amor, lo había aniquilado. Lo que quedaba de él, pudriéndose bajo lo que había sido camisa de dormir, se había convertido en algo inseparable de la cama en que yacía. Sobre él, y sobre la almohada que estaba a su lado, se extendía la misma capa de denso y tenaz polvo.

Entonces nos dimos cuenta de que aquella segunda almohada ofrecía la depresión dejada por otra cabeza. Uno de los que allí estábamos levantó algo que había sobre ella e inclinándonos hacia delante, mientras se metía en nuestras narices aquel débil e invisible polvo seco y acre, vimos una larga hebra de cabello gris.

Lo Universal Metapoético

Por: Orlando Alcántara Fernández (Crístorly).


Leída por el Dr. Jorge Piña
IICMM celebrado en New York. 29 de Octubre de 2004

I.- Interioridad Meta-Poética en Contexto.-

A la luz de la Poética Interior, del Contextualismo y la Metapoesía existe una concepción errada del aporte real de la Metapoesía como orden jerárquico innegable en el mundo de la Poiesis. Tanto la Poética Interior como el Contextualismo están supeditados a la Metapoesía simplemente por el hecho irrefutable de que la Metapoesía en verdad NO ES UN MOVIMIENTO CREATIVO. LA METAPOESÍA ES METALENGUAJE, el cual es una realidad lingüística de valor científico que poco a poco se va revelando como una influencia orgánica en todos los ámbitos de la vida cotidiana. Es decir, el Lenguaje Total, o como le llamo, el Omni-Lenguaje, se divide en tres categorías de lenguajes que son el Lenguaje Estándar, el Meta-Lenguaje o Auto-Lenguaje, y el Lenguaje Puro o Abstracto o Automático. Estos tres tipos de lenguajes abarcan todo el espectro creativo imaginable. De este modo, existen interioristas estándares, metapoéticos y puros. Por igual, existen contextualistas estándares, metapoéticos y puros. Todo esto quiere decir que la Metapoesía funciona en un ámbito jerárquico hasta ahora inédito y descubierto como filón creativo sistémico por Jorge Piña y los demás co-fundadores de la Metapoesía en el 1990. Todo esto no me cansaré de repetirlo hasta que sea entendido. Aquí reside el verdadero aporte de la Metapoesía, pues a través del metalenguaje se adquiere una visión completa de los demás lenguajes y al mismo tiempo se perciben mejor todas las implicaciones que este hallazgo conlleva. Y lo que digo de la Poética Interior y del Contextualismo se aplica a cualquier otro movimiento. Por ejemplo, existen surrealistas estándares, metapoéticos y puros; neoclásicos estándares, metapoéticos y puros; modernistas estándares, metapoéticos y puros; anti-poetas estándares, metapoéticos y puros. Y así ad infinitum. Los movimientos cambian con el tiempo. Se producen por asociación. A veces son versiones retomadas en otro contexto sociocultural o histórico. Muchas veces son in-versiones. En cambio, la Metapoesía siempre es metalenguaje sin importar el movimiento que lo asuma. ¡He aquí lo universal metapoético! Amén.

II.- La Metapoesía No Es Movimiento Creativo.-

La unidad mínima de significado en todo el Universo es el Signo. El Signo se manifiesta en el Universo en tres categorías imbricadas, a saber, Lenguaje, Texto y Realidad. Hay tres tipos de Lenguajes, que son el Lenguaje Estándar, el Metalenguaje o Auto-Lenguaje, y el Lenguaje Puro o Lenguaje Abstracto o Lenguaje Automático. Hay tres tipos de Textos, que son el Inter-Texto, el Intra-Texto y el Extra-Texto. Hay tres tipos de Realidades, que son la Surrealidad, la Realidad Común y la Supra-Realidad o Hiper-Realidad o Ultra-Realidad. La Metapoesía pertenece al uso creativo del Metalenguaje o Auto-Lenguaje, y por lo tanto es una Sub-Categoría Creativa, no un Movimiento Creativo. Un Movimiento Creativo sería la Poética Interior, pues se basa en el uso asociativo aleatorio creativo de una o todas de las tres categorías del Signo (Lenguaje, Texto y Realidad). Estamos usando el término Metapoesía limitado al uso discrecional en que se ha tomado de modo libre y espontáneo a partir del surgimiento de la Metapoesía de acuerdo al Manifiesto de Octubre del 1990, firmado por Jorge Piña y otros intelectuales dominicanos. Pero si colocamos a la Metapoesía en su justo lugar de forma abarcante y holística vemos claramente que su influencia permea y arropa evidentemente las tres categorías del Signo, es decir, el Lenguaje, el Texto y la Realidad. Por eso es que digo y ahora aclaro y rectifico que la Metapoesía es mucho más que un simple movimiento creativo. La Metapoesía abarca de modo decisivo e influyente nuestra manera de asumir el Universo como manifestación sígnica. La Metapoesía es la caja de Pandora que nos despierta a una nueva percepción del Universo. La Metapoesía es útil no sólo para la creatividad, sino, más bien, para la vida diaria y todo su enclave de cotidianidad. La Metapoesía es útil para los negocios, la diversión, la política, la administración, la industria, la tecnología, en fin, para la Ciencia. Para entender todo esto en su justa simplicidad y verdadera elocuencia debemos abrir nuestros ojos y escuchar la voz del Signo que se revela de modo omnívoro cada segundo de nuestras vidas. En última instancia, la Metapoesía nos lleva a la Omnipoesía. Pero para dar el salto omnipoético debemos primeramente comprender qué es la Metapoesía. Esto quiere decir que lo que en verdad ha fundado Jorge Piña es una manera nueva de percibir la realidad, el texto y el lenguaje de forma rigurosa, sistémica y exhaustiva. En otras palabras, el Lenguaje Estándar, la Realidad Común y el Inter-Texto forman una unidad imbricada del mismo modo que el Metalenguaje, la Surrealidad y el Intra-Texto forman su respectiva unidad imbricada, al igual que el Lenguaje Puro, la Hiper-Realidad y el Extra-Texto forman su respectiva unidad imbricada. Las tres unidades imbricadas son interdependientes y en el Universo se alimentan la una de la otra. La Metapoesía en última instancia no es un movimiento creativo según todos estos parámetros, sino, más bien, es un paradigma nuevo que nos lleva a nuevas percepciones del Universo. Es decir, la Metapoesía es la verdadera Poiesis. Esto es lo que llamo lo universal metapoético. Gracias. Amén.

III.- Taxonomías Sustantiva, Adjetiva y Adverbial de la Poiesis

El siguiente cuadro nos puede dar una idea más acabada y sintética de todo lo que estamos diciendo. Al ser una ayuda gráfica, nos concede atrapar todo lo dicho de otro modo y con cualidades didácticas más evidentes. Nótese que para la Metapoesía según Jorge Piña la Realidad no tiene alternancias, pero aquí tampoco las tiene, ya que se trata de hipóstasis, o sea, de una multiplicidad unitaria cuando se habla de las diversas categorías y sub-categorías, así como cuando se trata de la taxonomía adjetiva, la cual la Poética Interior no asume de modo completo, pues deja de lado lo onírico y lo virtual, y no se da cuenta que es una taxonomía adjetiva, es decir, no es una taxonomía sustantiva, por la que en verdad debemos comenzar para atrapar el todo y no sólo parte del todo. Esperamos que la siguiente tabla expresará cabalmente todo lo que hemos expuesto hasta ahora. Gracias crísticas universalistas. Crístorly
UNIVERSO / DIOS / TODO
Signo / Poiesis / Omni-Poesía
Taxonomía Sustantiva
(Categorías y Sub-Categorías)
Realidad
(Poética Interior)
Referente
Texto
(Contextualismo)
Registro
Lenguaje
(Metapoesía)
Código

Surrealidad
Intratextualidad
Metalenguaje

Realidad Común
Intertextualidad
Lenguaje Estándar

Hiper-Realidad
Extratextualidad
Lenguaje Puro

Taxonomía Adjetiva

Lo Concreto
Lo Concreto
Lo Concreto

Lo Imaginario
Lo Imaginario
Lo Imaginario

Lo Onírico
Lo Onírico
LoOnírico

Lo Virtual
Lo Virtual
Lo Virtual

Lo Trascendente
Lo Trascendente
Lo Trascendente

Taxonomía Adverbial

Verbal (Cómo se dice)

Psicológico (Qué se piensa)

Social (Dónde se dice y se piensa).

IV.- Lo Universal Metapoético.-

De un modo u otro, todos nos reconocemos el uno al otro en el accionar de un mundo hecho pensamiento a partir de lo metapoético. La Meta-Poesía es la auto-consciencia que todos llevamos dentro. Es la auto-reflexión que nos hace seres humanos. Es la alteridad signada por nuestra mirada en el espejo. En otras palabras, la Meta-Poesía es por definición universal. Todos somos metapoéticos. Aun los que no quieren darse cuenta. En cierto sentido, la Meta-Poesía es un modo nuevo de asumir la realidad. La asumimos con pleno conocimiento del otro. Y el Gran Otro siempre será Dios. Así Dios quiso hacerse Otro en Jesucristo y en Jesucristo todos los seres humanos somos el otro. Y desde el punto de vista salvífico, ese otro que somos todos nosotros no escapa de la mirada abarcante del Gran Otro reflejado en Jesucristo como el Otro. Aquí intervienen tres personajes, a saber, el Gran Otro, el Otro y los otros. Lo universal nos atrapa a todos de un modo inclusivo, pues la Salvación es en última instancia la Salvación Universal asegurada en una correcta exégesis bíblica, cuya Consumación es I Corintios 15:28, cuya certidumbre descansa en citas bíblicas como I Timoteo 4:10, Tito 2:11 y Romanos 5:18. Lo universal metapoético es novedad para quien ya ha despertado y se sabe otro y es el Otro en el arcano del Gran Otro. Esta visión liberadora es posible gracias a las interioridades metapoéticas que poco a poco Dios nos desvela a través del quehacer metapoético en que la predestinación bíblica no es un concepto fatalista, sino, al contrario, la prefiguración de todos en Jesucristo, quien es el Otro, a imagen y semejanza perfectas del Gran Otro. La Meta-Poesía cumple así una misión universal de elevar el grado o el nivel de consciencia de toda la Humanidad por medio de sus productos creativos en la forma de Literatura, Pintura, Música, Escultura, Danza, Teatro, en fin, de todo el Arte en sentido general. También la Meta-Poesía de un momento a otro repercutirá en los Negocios, en las Ciencias, en las Tecnologías, y su incidencia se hará sentir en cualquier acto humano, pues la auto-consciencia, la auto-reflexión y el auto-conocimiento serán la orden del día en un universo metapoetizado, en un hábitat metapoético. Lo universal metapoético estará al alcance de todos y el Otro será todo en los otros para que el Gran Otro sea todo en nosotros. Amén.

Metamitemas: Un reto a la creación existencialista

Ponencia leída en el Segundo Congreso Internacional de La Metapoesía,
celebrado en la ciudad de New York. Octubre 16/2004
                                                                                                                                   Otto Oscar Milanese


Cuando pienso o digo que "todo lo que he perdido puede aparecérseme en el instante más inesperado de mi vida", no estoy creando un metamitema. No puedo reclamar la autoría de un metamitema que, en su expresión más sencilla, representa el inicio del Existencialismo:
"Porque en mi paso camina
la huella que me aleja de mí mismo".
Metapoema: "Rincones abiertos".
Y todo eso que camina en mí puede retornar a mí. A partir de una acepción similar, introduce Kierkeegard la palabra "existencia" para denominar el "Yo". Aquello que el hombre considera como propio, y dispone de ello, capacidad, saber, bienes, prójimo. Todo eso que es inherente al ente y en lo que éste se pierde puede reaparecer en cualquier momento de su existencia.
"Y en todo instante soy y tengo
justamente lo que se me ha dado".
Metapoema: "Aceptación".
Otro metamitema existencialista que podría plantearse, sin apartarnos de estas aseveraciones iniciales, es que todo esto: "capacidad, saber, bienes, prójimo”, puede ser substraído, pero en su esencia ontológica el ente se mantiene intacto, la existencia permanece.
"Y con olor de rutinas,
anónimamente perduro y existo,
en todo amor que se ama vestido de humanidad".
Metapoema: "Escozor de cotidianidad".
"Porque a diario soy un hombre nuevo, mas siempre idéntico a mí mismo", sería otro metamitema con claros matices existencialistas si consideramos que los filósofos de esta doctrina convergen en señalar que la existencia es la "substancia" del hombre, su propio ser; lo que se oculta tras las fisonomías de todos los personajes que se ve forzado a representar; el ser que sirve de aliento a todos ellos y en el cual siempre es intransformable respecto a sí mismo.
"Siempre fui tras los pasos de mis pasos,
para alcanzarme,
para retratar la vana persecución,
de querer pisar la vida con el alma".
Metapoema: "Rumor adentro, y otros cantos de vida afuera".
Si echamos un vistazo al título de nuestra ponencia, sería fácil colegir que no deseamos extendernos, intentando dilucidar planteamientos filosóficos existencialistas, para amoldarlos a metamitemas, sino, todo lo contrario, deseamos hablar, basándonos en nuestra escasa experiencia a la hora de escribir, de por qué consideramos que los metamitemas representan un reto para la creación existencialista. Cuando decidimos unirnos al Movimiento Internacional de la Metapoesía, tras una muy oportuna invitación del poeta sanjuanero José Enrique Méndez Díaz, ya habíamos reparado en que nuestra manera de escribir poesía no andaba muy lejana de la poética metaonírica del Movimiento. No por casualidad durante años habíamos permanecido al margen, sin integrarnos a ninguno de los grupos literarios de nuestro país, o a alguno de los existentes en esta ciudad en la que residimos. Nuestro primer encuentro con la Metapoesía, a pesar de que este movimiento surge en Santo Domingo, de donde somos oriundo, un día 13 de octubre de 1990, no es muy distante. Ocurrió una noche en la que estábamos invitados a leer en la Librería Calíope, y el fundador del movimiento metapoético, Dr. Jorge Piña, nos entregó un suplemento que hablaba de la Metapoesía. Para aquéllos que ponen en entredicho que la Metapoesía se trate de un genuino movimiento artístico, en lo personal, tras la lectura de aquel suplemento y comprender de golpe que todo lo que habíamos estado escribiendo a solas durante años,encajaba perfectamente dentro de los parámetros de aquella metapoética, era signo irrefutable de la naturaleza generacional del Movimiento.
La subjetividad metapoética se nutre, de acuerdo a lo leído sobre la Metapoesía en la etapa previa a integrarnos al Movimiento, de una "justificación acuciosa, crítica y de defensa teórica auto-reflexiva". Estos planteamientos parecían acorralarnos, y más aún cuando descubrimos que "la Metapoesía es inteligibilidad poética de diálogo multívoco". Ya no existía escapatoria, estábamos destinados a ser metapoeta; pero, ¿cómo escribir un metapoema? ¿Quizás, sin proponérnoslo, sin conocer los más elementales principios metapoéticos, habíamos escrito alguno? Es probable. Sin embargo, la certeza o incertidumbre al respecto resulta irrelevante, secundaria, al descubrir las propuestas metapoéticas que podrían encerrarse en un solo metamitema: "Necesito engañarme para ser humano"; pero engañarme no únicamente enmarcado en el contexto existencial que enfrenta al hombre con el absurdo de la existencia en un determinado momento, sino engañarme en todo lo que hago y me convierte en vida. Y preciso de asideros, de motivos que configuren el equilibrio psíquico que me aferra a la existencia, porque precisamente la única evasión, la única excusa al cúmulo de todos mis errores, fracasos y desalientos es la excusa de elevarme a la estatura humana.
"Como sombra que al fin se ha mirado en ese espejo,
que sigue reflejando la vida aunque la sombra no esté".
Metapoema: "Momento existencial".
Es una realidad inobjetable que la Metapoesía es un movimiento internacional, que tiene y busca su propio espacio en el Arte que va tramando nuestra época. El reto que nos lanza la metacreación se origina en su carácter reflexivo y conjetural, que permite enmarcar dentro de ella, figuras, pensamientos, tendencias de cualquier sistema filosófico. El Existencialismo, tantas veces novelado y plasmado en diversos géneros literarios, tanto o más que cualquier otra expresión filosófica, encuentra en la Metapoesía un universo en el que pueden convivir perfectamente sus postulados especulativos sobre la existencia del hombre. "Necesito a veces no necesitarme", para no engañarme, para no caer más en la trampa de existir en el pretexto que me reivindica ante mí mismo a cada instante; cuando el "Yo" requiere del sueño en que se piensa ser otro, cuando aparece el "personaje" proyectado a lo largo de la existencia, o los personajes necesarios, los que precisamos ser o usar como punto de apoyo sobre la trascendencia existencial, y aquí muy bien podríamos apoyarnos en un metamitema espiritual que -además de corroborar lo que hasta ahora hemos tratado de plantear- constituye una respuesta anticipada al Existencialismo postulatorio de Sartre, partidario del fin absoluto, del triunfo definitivo de la materia sobre la existencia: "Aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya; y Dios restaura lo que pasó", Eclesiastés 3:15.
"Y por eso te encuentro camino a mis heridas,
cuando el vacío me vence, y al igual que un nuevo sol,
después de sentir vencida mi propia humanidad,
resurge luminosa la presencia de Dios".
Metapoema "Vacío y Vértigo".
Usual e irracionalmente cuando surge el término de "Existencialismo" acuden a nosotros imágenes que nos sugieren el desaliento, el pesimismo implicado en el vacío, en el absurdo de la existencia. Sin embargo, Karl Jaspers -cuyo pensamiento no se limitaba al academicismo puro y simple, sino que percibía la Filosofía como una expresión de la existencia del hombre y de tal manera la introduce en su época- descubre la transformación vital de la existencia humana que lo lleva a postular la trascendencia de la misma. Trascendencia, para nosotros, de Dios que se antepone, como alivio, a los límites del saber finito y de la seguridad finita que de manera implícita arrastran al hombre a la situación límite del fracaso. La trascendencia en el Existencialismo del fracaso de Jaspers, en medio del pesimismo y la angustia propias de esta corriente filosófica, más que una evasión de la realidad, corresponde a una genuina esperanza de aliento espiritual.
"Y ni siquiera habrá dolor cuando me dejes,
para descubrir que aún continúo rodando,
en el alarido de humanidad que brota de las calles".
Metapoema "De corazón hacia"...
No deseamos concluir sin citar uno de los primeros metamitemas que nos vino a la memoria luego de nuestro encuentro con la Metapoesía. También con claros ribetes existencialistas y dentro de su aparente pesimismo, cargado de esperanzas al implicar en sí mismo la trascendencia existencial, "Nací póstumo", Friedrich Nietszche.
Quiero agradecer infinitamente el aliento y la colaboración brindada por el Metapoeta Orlando Alcantara, quien esta noche moral e espiritualmente nos acompaña.