Bienvenidos a estas palabras del alma. Que todos nos reencontremos en el instante de su eternidad.

LA MIRADA HORIZONTAL DE LOS OJOS VERTICALES DE BISMAR






























Por Bernardo Silfa Bor



Los amantes fervientes
y los sabios austeros
comprenden a los gatos.
Charles Baudelaire




                      
La mirada es una instancia de concreción y observancia. Es una acción cognoscente, dadora y decidora. Ella nos delata, nos desnuda, nos desvela ante el Otro. La mirada es una resultante. Ella nos informa, nos da las imágenes, nos acerca, nos conectas, nos asocia, nos empapa del objeto o sustancia. Nos fortalece las percepciones y las sensaciones.
La mirada nos lleva y nos trae al Otro del Yo particular y singular que reina la colectividad que es cada quien en cada cual y cada cual en cada quien. La mirada nos trae y nos lleva al Yo del Otro plural de afuera individual que se hace uno y todo en la unidad sémica y témica de estos ojos, resumen de los otros, hechizantes, desde su verticalidad de mago.

La mirada de estos versos es magia que encanta. Es clave que iconiza. Es expresión. Es sentido-forma. Insinuación. Imantación. Es Discurso seductor. Decir que se dice en el trayecto. Viaje a lo infinito, a lo des-conocido y a lo enésimo que somos. La mirada es ese cero madre-padre. Poética matemática de Andrés Avelino. La mirada es esa dimensión que nos juega en el tablero. Ajedrez donde jaque mate es ir volviendo al fin-principio para recorrer y recorrernos otra vez hacia el dilema del drama existencial.
La mirada es circularidad contenida-contenido en los “ojos verticales” de gatos que  nos miran como fórmulas brindadas en la textualidad poética como vía de entendimiento y comprensión de lo dicho sin decirse en cada uno de los tramados componentes de este segundo poemario de Bismar Galán.
Hay compendios temáticos en este poemario como “Seducir de los gatos”, “Ironías de las manos”, “Cobrar el sentido”, “Cómo llegar a Delfos”, “Retazos de la demencia”, “Transmutar el silencio”, “Es permisible el miedo” y “Ojos verticales”… que  nos rebelan algunas de esas miradas claves por donde se nos empieza a mostrar la luz que ilumina la senda bifurcada hacia los pilares que le sostienen como advertencia-denuncia porque “hay un monstruo clavado mas allá de mis ojos”.
Bismar como poeta juega a no ir al juego jugando a observar la dinámica cósmica de su entorno interior y exterior para darse y darnos su catarsis donde “Los peces pierden sus nombres” diciendo:
No somos más que cifras / la tarjeta perforada  el billete/      que llora la puerta la manzana / que ríe tras los hipócritas cristales / donde los peces han perdido sus nombres.
El poeta delinea su decir de escape quejumbroso, que es búsqueda de lo nuevo, de lo trascendente diciendo con voz predicativa en el mismo poema:
Vamos por ese hilo que conduce / al pezón del mundo nuestro / por donde sabia y luz pretenden / no asistir. Porque las conferencias / del parecer han caído en la avalancha / de soez  petulancias al jugar al qué / será mañana sin mirar este Sol / que espera por una nueva piel.

Este poema apoteósico que es “Los peces pierden sus nombres” abre el hilo conductor que cerraremos al otro lado de estas miradas que nos re-leen mientras hacemos pasos sobre ellas porque como Bismar también “no voy al juego” del nuevo orden, sino que “escojo perder las latitudes con la luz en la fronda” para ganar el formato de la Ley Divina y re-orientar el juego vistiendo al hombre de la nueva piel diseñada en el discurso de los “ojos verticales”, siguiendo su voz poética. Voz que habla de Sí y del Otro para sí y los demás.
La mirada es deleitante. Es movimiento. Es lenguaje de los estados-sentidos. La mirada es definición que  nos          (in)define y como al poeta de estos ojos
 nos hace un todo / en la nada y nos transborda del ser / al jamás sin otra trascendencia / que la del ave que olvida su huella / en la espuma inconsistente consciente  / de lo que consciente a quien dibuja / su mañana sin sospechar / sus propias luces.
Esta mirada que es manera-forma es al Yo y al Otro definición en desbalance balanceado en los sueños donde se sueñan los primeros y últimos sueños del tiempo-espacio que sólo el sicoanálisis poético de estos ojos logra su cifra de sentido como se mira en “Dimensión de la tarde”.
La mirada que Bismar ha vertido  en esta geopoética nos habla desde todas las esferas: la de arriba, la de abajo, la de al lado; la izquierda, la derecha, la céntrica, la equidistancia que somos dentro y fuera. Ella habla el idioma de los ojos. El de todos los ojos perceptivos. El de los ojos temporales.
Su mirada nos habla la lengua rectilínea y curvilínea del orbe que deambula, donde el idioma es mixtura, mezcla,  asunto combinado.
Así estas miradas bismarianas son una interjectiva conjunción dialectal de líneas, esferas, tiempos y sentidos a través de los cuales el poeta interroga la ciudad y convoca a disentir con su blasfemia política desde su casa antes de la próxima cena.
La dialéctica visional y doxal del mundo de nuestro autor, desde su distancia, es una oscilación de nostalgias, penitencias, estocadas dadas con un cristo al hombro que permite el escape y la ausencia estando y siendo. Su visión-misión del y en el mundo es aromática y amorosa a pesar de lo tétrico y desesperanzador que a veces se vuelve. Su visión es una verdad utópica que aguarda las señales de transparencia y claridad dada desde sus cuestionamientos al Yo, al Otro, al Cuerpo, a todo como posible salida del dedálico laberinto que es “Ojos Verticales”.
La mirada que tengo de este poemario es esa luz invisible que visibiliza para conectar con los ojos del sueño, esos que son la suma de todos, esos que palpan lo astral, lo etéreo, lo paradimensional, lo realmente valedero y verdadero. Así voy viendo la mirada vertical que miro, que me mira y que nos mira desde la  geometría poética de Bismar.
Esa mirada de los ojos nombrados verticales circunda la geografía vivencial de la existencia de Aquél y de Aquéllos, de Este y de Estos, de Ti y de Yo y, de lo Que Canta dentro y fuera de un mundo visto, sentido y dado con el alma del poeta-hombre-autor-creador que no es El, sino los Otros expresados y expresándose desde, para y hacia sí.
Estas miradas son voces. Son  otredades. Son sendas que se bifurcan desde un Yo que desanda sus huellas y las del Ustedes rival de sí mismo y los demás, ahogados y aprisionados en su vitalismo manido de carencias, frustraciones, grandezas, gozos, egoísmos, alegrías, bonanzas, infidelidades e infelicidades licuadas en un líquido de máscara que el autor libera como sustancias poéticas de solución y salvación porque “vamos por otro Sol de mariposas, de animal en celo de selva”.
En esa ida-huída se contacta que “después del borde está el mundo”. Y es entonces cuando palpamos en el tránsito trayecto que ese y este mundo de avatares y vicisitudes es “como un queso como la luna”. Y es en ese instante cuando entendemos y nos hacemos concientes de que “vamos a escapar de la caverna después del nuevo ladrido”.
La vía se abre, se despeja, se hace libre al transitar. Por ella el poeta va y viene saltando los espacios, las dimensiones que hay recorridas y brincadas en “Ojos Verticales”.
Estas miradas son premoniciones. El poeta desde ellas pre-siente la destrucción del mundo e inventa y prepara su escape de regreso en y desde su poemática hacia el vientre del mar, dándonos unas vertientes sémicas de (re)naciminto, de lo nuevo, de origen, de inicio, de principio, de génesis posmoderna como lo hace en “Noche de queda”. Y es que los “ojos verticales” de Bismar son de aliento evocador donde se ansía el  escape como retorno y libertad de Sí y de los Otros. Desde ellos se dibujan lazos que auscultan laderas de hermandades. En ellos hay espesuras de sueños solidarios y humanos. Desde ellos se clama el sentido de una especie de “todos para uno y uno para todos”. Subyace en ellos la necesidad de esos amores romeojulietanos o aquellos sembrados e irrigados por La Madre Teresa de Calcuta
a través de su ministerio que unifica hasta en la bendecida muerte. Bismar todo lo observa y lo canta en su texto.
Desde ese perfil, estas miradas poéticas, me saben a José Hiero en sus “Alucinaciones”, a Peter Ginferrer en su “Arder el mar”, a Lupo Hernández Rueda en su “Círculo”. En ellas veo la espesa sencillez de Martí y los “orígenes” de Lezama y Vitier. En ellas siento los olores de la primavera poética de “Residencia en la Tierra ” de Neruda. Con ellas voy hacia el “Poniente” de Fredy Gatón Arce avanzando hacia el “Retiro de la luz” superpuesto a “Vlía” en un reencuentro lamuthiano que me trae a flor de versos voces de las orillas y los centros agujereados en la aldea global de la indiferencia, el oprobio, la sin razón , las ideas cálvicas escondidas tras la manta de un humanismo del ocaso “sin luz sobre esos bordes que simulan la calma la de los pasos que vegetan en su propios pasos”, y que proyectan la pretensión de perpetuar sus viciosos poderíos minoritarios y sectarios, con los cuales desde el nuevo “vuelvo y vuelvo” -en demencia y demasía- van anulando la existencia vital del país, la isla, el continente,  el planeta y que el poeta ha metaforizado con virtuosa exactitud profética en sus “ojos verticales”.
Las miradas de estos ojos son corales y másicas. Son terrenales, celestiales y polivocálicas que encienden la hoguera laberíntica de un “vasta ya” circular y reiterado desde el calvario del poeta y los otros manifiesto como re-inscripción y re-lectura del Yo y del Otro.  Estas miradas me delatan a hombres y mujeres, siendo sin ser en sus dolores milenarios que coexisten en los vasos y agujeros refractados y (re)tratados en este universo textual, que es el mismo autor.  Cada autor de alguna forma es su texto y cada texto su autor. No hay fisión entre texto y autor. No hay cuevas, cataratas, disonancia, diacronía, diatriba, simulación entre autor y texto. Uno es la imitación del otro. Lo que es el otro lo es el uno. Ambos articulan una sola y única resonancia, la de ser siendo.
En esta instancia (texto-autor) hay de-construcción constructiva. En ella la magia poética del mago re-construye el cosmos comunicativo y estético hilvanando los movimientos rotatorios y traslatorios en un giro de revolución que hace de la galaxia bismariana corpus pendulante donde equidistan sus gestos orbitales de oscilaciones, porque “Es de hombre catar el discurso/ y el desequilibrio en la balanza”. Esta mirada es de una verticalidad  que nos mueve y nos encumbra a una cima de dinámicas horizontales densas y extensas que nos hace presentes aun en la distante ausencia  que se lee  en el poema “Una foto de la ausencia”.
La mirada, que en este poemario es mujer-hombre, (esencia andrógina felina) nos seduce al fuego de su trampa mascarada, nos insita hacia el Mí y el Sí mismo que es el Yo y el Ustedes del absurdo narcisismo atrapado en el Otro que es El, generando un nuevo rito de agua-imagen espejo-luz donde mirarse es verse encontrado en la no belleza de lo bello como mimesis de lo mismo desigual cantado en los poemas “Es permisible el miedo”, “transparencia” y  “El espacio de mi Yo”.
Estas miradas de los “Ojos Verticales” de Bismar Galán son una acumulación de silencios que han transmutado en voces y ecos donde el tiempo ha sido su hecatombe. Su raigambre es de dolor, de espanto, de nostalgias insulares, de realizaciones, de evocaciones, insatisfacciones existenciales y ansiedades. Pero su desgarramiento es también de ternuras, de amores, patriotismo, identidades, búsqueda de sí, de encuentros, de escapes, de regresos, de un vitalismo enraizado que aflora ascendente desde los abismos que somos y él es. Este temario descrito, es la materia prima con la cual el poeta ha tejido las redes de esta telaraña textualizada floración poética.
Hierve su discurso en las páginas de “ojos verticales”. Su voz se dimensiona océano donde oscilan las masas sus formas hermosamente afórmica creando los pozos que desandan las huellas tras la búsqueda del primer rastro de su rostro. Así lo interioriza y exterioriza en “Transmutar el silencio” como (a)firmación y plagio a la naturaleza y al cosmos para volver al sueño, que en él es regresar a la esencia. Se pregunta, entonces,  el poeta:
Por qué no puedo volver los ojos / volver al vientre del pez / tirar mi carne en el pasado. / Por qué no puedo volver / sobre mis huellas y bebidas / transmutar otro silencio / hasta esa almendra / que quiso surgir en la escoria.
Hay en estos textos una metapoética geométrica que tiende su trampa desde una verticalidad de ojos nombrados donde “un hombre es mucho más que el espacio en que habita o sobrevive / más que el tiempo en que se diluye tras su sombra”. Con su discurso Bismar genera una perpendicularidad témica-sémica en donde el mismo “hombre es la mezcla perfecta de lo real y lo profundo”.
El hombre y su  vitalismo existencial es el vértice, el ombligo de este mundo poético. Así desde su sistema discursivo en líneas poéticas, el autor, gana las “oscilaciones” y “la paz de la palabra” como acto que corporiza su vértice de gato-hombre-pez cuyo enlace interjectivo nos desvela su verdadera intención-misión “doblar la tuerca / vestir el rompecabezas / mezclar luces / en el lienzo que exhibe los tornasoles / que ganó en su definición”. De esta estirpe es la poética presentada en el poema “Inocencia de la luz”.
Así la poesía de Bismar es la definición donde “todo hombre tiene un foro más allá de su piel”. Esta es poesía que se dice, se nombra y se mira a sí misma. Es poesía de la poesía. Es  esencia poética porque en ella residimos como multiplicidad, siendo uno.    
Esta poeticidad de Bismar es perfección sistémica de líneas que se abren y cierran en movimientos de acordeón musicalizando las espirales y los círculos en donde “es posible desenfrenarse / en el sentido opuesto” para elaborar un decir, un discurso, un espacio de viaje indicativo de que “los caminos son señales a discernir / esencia reloj espacio en que se funde / o se hunde el alma… /. Es una poética de pasión que danza a ritmo de la humanidad de su lenguaje.
Estos “ojos verticales” de miradas panorámicas son de sentido social, humano, filosófico, mítico, místico, matemático, geométrico, físico, político… Abarcan todos los sentidos desde y donde se explora un metalenguaje en claves y códigos afables de cotidianidad comprensible y transmisible. Sus metasentidos conjugan la fusión y la función témicas-sémicas dejándonos los juegos léxicos poetizados en este libro. Pero haciéndonos cómplices de sus exergos, fundamentalmente,  en los metapoemas “Presagios de la existencia”, “Definición del poeta”, “Fraguar los pasos” “Sinonimia del fondo” y “tomar la forma”, textos éstos que fraguan la condición metapoética que intranquila al creador en su libertad.
Estos ojos de Bismar me miran desde su última ojeada, desde el traspatio, desde el atrás que es “La próxima cena”. Su mirar es la melodía estival que nos dice “Soy tu imagen quizás tan sólo eso / en otro cronómetro y en otra superficie”. Y es desde esas superficies de luces que me alcanza esa metamirada gatúbela, vertical y felina. Esa mirada se mira y nos mira, se torna encuentro, afinidad, doble, igual, dualidad, semejanza eterna. Ella crea el rito del re-encuentro. Entonces desde esa dinámica él y yo somos en viceversa.

Y es que esas metamiradas son seductoras. El poeta las ve desprendidas de los ojos del y de su mundo, con las cuales como vectores compásicos traza la circularidad gestual del Otro que es El en un Yo profundo y colectivo que se cifra voz de esperanza, presenciable en el mapa genésico y genético del canto cantado.
Aquí, El Canto, es decir que se imbrica como trampa y escape hacia lo primigenio con ansias de regresión ilimitada que se nos da en “Transmutar el silencio” y en “Ironía de las manos”. Ese escape-regreso es ícono y clave de la metapoética de Bismar como instancia de denuncia interrogada como se lee en “Ebrio de salitre”:
Por qué rodamos sobre el mar / con los pies áridos y las manos / borrachas del salitre inmenso. / Por qué escapamos a las hojas / que se han partido el pecho / sin rezongar ni mugir siquiera / en su sordidez y desventura. / Por qué acudimos al juego de nacer / sin luz sobre esos bordes / que simulan calma  la de los pasos / que vegetan en sus propias pisadas. / Esos pasos que apestan / en el cortijo cuando la escala / nos puso a esconder los reyes / de allá adentro donde gatos / y mariposas comparten las amapolas / y los perros danzan tras la luna / por la imagen que le sostiene. / Vamos por otro sol de mariposas / de animal en celo de selva. / Después del borde está el mundo / Es como un queso como la luna / y vamos a escapar de la caverna / después del nuevo ladrido”.

La textualidad bismariana se re-afirma género, especie, nivel, vida, muerte, pasión, nulidad, historia, proceso, añoranzas, nostalgias, nacimiento, simbiosis, (de)construcción, patria, identidad. Esta metapoética geométrica, desde sus vértices meridianos, transversaliza su paralelidad ecuatoriana para alcanzar el centro discursivo donde “sin manchas / sin el mínimo asomo de languidez o duda” se gesta el toque sosegado del (des)encuentro “para elevar otra playa de luces en cualquier recodo del espacio y del tiempo”.
Desde ahí se nos traza la senda a recorrer. Así ese recodo de tiempo-espacio es escenario donde la “masa-coro” ambulante se levanta la máscara para gesticular el drama cósmico de los rostros que mira Bismar y que nos canta y nos da desde la “ingravidez de sus sueños” como aliciente de olvido-recuerdo que alivia: “porque olvidar –dice- es asir los ojos / en el extremo de la luz / y beber con un suspiro la sombra / del pasado”.
El poeta pretende ir al pasado trayéndolo al presente para dejarlo en nuestras manos como mirada posesa que se mira a sí misma desde la mirada que se da y nos da con sus “ojos verticales”.
Sus miradas son voces. Sus voces, trampas de la memoria. Ellas me han atrapado, pero su cautiverio me libera, me vitaliza. ¡Qué nadie venga por mí!, sino viene emigrado a las miradas de estos Ojos Verticales, porque deseo ser su eterno residente.                    





Texto con el que presenté a la comunidad de San Juan de la Maguana el poemario Ojos Verticales del poeta Cubano Bismar Galán

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