La guerra es una masacre
entre gentes que no se conocen,
para provecho de gentes que si se conocen
pero que no se masacran.
- Poul Valéry -
Los poetas somos vientos del pueblo:
nacemos para pasar soplados a través de sus poros
y conducir sus ojos y sus sentimientos
hacia las cumbres más hermosas (…)
El pueblo espera a los poetas con la oreja
y el alma tendida al pie de cada siglo.
-Miguel Hernández-
Decir Armagedón es divisar en los espejos de la cardinalidad de la vida las armaduras cerradas y maleables de aquellos lugares milenarios en donde se encuentran eternamente fijadas e impregnadas las cíclicas y reiteradas confrontaciones del hombre con el hombre y sus deidades o Dioses, argumentadas en diversos registros, siendo uno de ellos el libro bíblico Apocalipsis[1].
Decir Armagedón es cifrar en sensaciones experienciales aquellas percepciones beligerantes de enfrentamiento, de acabamiento, de terminación, de expiración, de exterminio, de fin del mundo, de desaparición de la inteligencia humana profetizada desde los orígenes milenarios de todas las religiones.
Decir Armagedón provoca en su pronunciabilidad una dulce sonoridad que suaviza el legado belicoso que le ha sido transmitido a la especie humana desde la misma génesis de la existencia tal cual se conoce y que aflora en arrebatos incontrolables desde el subconsciente del Ente-Poder sinonimiando auténticas imágenes de horror que se ejemplifican en las infinitas deflagraciones[2] y holocaustos que adornan la historicidad de las distintas épocas del hombre.
Armagedón es enfrentamiento, es batalla, es combate. Es, porque no, debate entre fuerzas antagónicas que se han, y se siguen, disputando la supremacía y el control del orden terrenal y divinal.
Así, Armagedón es, ese instinto egoísta, envidioso, cínico, siniestro, ambicioso e individualista, intrínseco a los genes de todas las razas humanas que han poblado el planeta desde que el derramado líquido vital de Abel humedeció el barro seco del tiempo tras el mortal golpe de Caín como primer evento sangriento de la desobediencia al mando divino y humano[3]. Desde entonces, desde ese preciso instante fratricídico ¨Caín saturado de locura¨, ¨de caminos borrados¨, como ¨criatura rebelde¨, herencia del pecado original[4], y como ¨Guerrero triste¨ y ¨vacio¨ ha quedado reinventándose en cada hombre y con todas las formas posibles.
Preciso y significo que esa estirpe caínica aun ostenta las ganancias del concierto que dirige la alianza del mal con el hombre en contra de Dios y del mismo hombre. Todo a pesar de las señales de llamamiento, al orden divino, que se le hace desde las simbologías y señales que le han sido dadas y reveladas.[5].
Pero, la pregunta de oro es: ¿será ese fratricidio el impulso herencial que empuja al hombre hacia el abismo del mal como parte inicial de continuidad del plan divino de Dios para redimir a su criatura perfecta?
Si es así, Daniel Tejada, entra en comunión con los autores bíblicos apocalípticos, del Viejo y Nuevo Testamento[6], en el sentido de las temáticas que se narran, se dicen, se predicen o se especulan como visiones actuantes, actuales o proféticas de esencias escatológicas[7] del ritual universal del hombre en sus literaturas divinas o sólo humanas como la que se nos plantea en este: Armagedón, el dios asesinado, desde la mismísima primera parte que el autor dedica A LOS HOMBRES Y A LAS GUERRAS bajo la advertencia epigráfica de Henry Miller de que ¨cada guerra es una destrucción del espíritu humano¨.
Precisamente, en este poemario de laberínticas codificaciones, dadas con estilo dulce y sencillo, Daniel Tejada, intenta desvelar esas claves de tiempo posicionándonos en la llana claridad de su trayectoria para una mejor comprensión del mundo desde su mundo cuando anuncia que la humanidad de ayer y la de hoy vive en un ¨espacio herido/que se pliega en su angustia¨, porque el hombre es un ¨paridor de asco y vergüenza¨.
Sus versos afirman, también, que esta generación actual de humanos es un ¨silbido de cobra¨, ¨una obsesión de hiedra¨, al tiempo que un ¨monstruo de estruendo¨ ¨que va borrando¨ ¨la mirada¨ y que va ¨soñando eternidades¨. Eternidades que jamás alcanzará si sigue debatiéndose en la absurdidad bélica de sí mismo, sus iguales y semejantes.
La realidad poética de Armagedón, el dios asesinado es esa sintonía contextualizada verdad afirmativa que intenta ser respuesta a infinidades de inquietudes que atormentan la tranquilidad del autor, y de seguro la del lector por igual, y que Daniel lanza de sopetón en la tercera parte del poemario preguntando: ¿A dónde irán las inocentes criaturas? Y¿En qué remotas dimensiones del alma se invoca la destrucción? Interrogantes formuladas porque sabe, desde el Shakespeare citado, que ¨el infierno está vacío¨ y que ¨todos los demonios están aquí¨ interpretando el papel que se le ha asignado.
Otras de las claves o salidas fundamentales del laberinto de este poemario, a mi entender, está en la dimensión divina declarada y concedida por el poeta a El Armagedón al categorizarle Dios en el título que nombra el libro y al darle vida y protagonismo en todo el tramado poético.
Desde esas especificidades el significado del término evoluciona a otras funciones y a otras representaciones léxicas dentro del conjunto textual. Desde ahí, El Armagedón, para nuestro autor, no es lugar ni evento. Armagedón es ese ¨siniestro arcángel/de mil bocas¨. Armagedón muta a las dimensiones divinas de la mano del poeta. Este Armagedón, de Daniel Tejada, es construcción mitopoética de hoy para el futuro. Así lo reafirma al referirse a él como ¨ese Saturno[8] devorador de carnes/el que invoca a las espadas/el que señala los corazones/de los que van a morir¨
Pero ha de decirse, siguiendo los versos anteriores, que éste no es una deidad de bondad, una deidad de amor, una deidad fraternal ni liberal. No es el Dios de la salvación real. No es el Dios de la luz celestial. Este no es el Dios de esa esperada Segunda Venida[9]. El poeta lo sabe. Y lo sabe porque es su padre creador. Y lo vocifera diciendo: Armagedón el poderoso/el que arrasa con sus rayos/la esperanza de los hombres. Y lo sabe porque este Armagedón es sólo un peón más en el tablero del Dios Supremo ajedrecista que a pulso de falsas o verdaderas revelaciones prepara el Jaque Mate de la raza de Adán y Eva.
Es que, este Armagedón, como Dios devorador, en esta poemática, es el instrumento, es el camino, es la vía escogida para que el poeta pueda dirigir su batalla poética de muestra y denuncia de las atrocidades y mezquindades que laceran las sociedades de estos hombres cainíticos que, según Daniel, son ¨inocentes soldados que otros guían¨ por las rutas infernales de esta vida. Aquí, podemos decirlo, encontramos las razones que llevaron a Gabriel Celaya a plantear que ¨no es fácil ser poeta¨ y ¨cantar en este bronco mundo¨, mientras asegura al mismo tiempo, que ¨la poesía es un arma cargada de futuro¨[10].
Esta instrumentalización factibiliza, viabiliza y pragamatiza ese nuevo nacimiento y ese nuevo florecimiento del reino del bien, milenariamente prometido en todas las Sagradas Escrituras de la tierra como pretensión última para la vida eterna.
El autor de Armagedón, el dios asesinado es consciente de que toda escritura es necesidad de exteriorizar pulsiones que asfixian, que atormentan, que angustian, que laceran, que ahogan, y hasta hieren. Es consciente de que toda escritura es subversión. Libertad. Expresión. Huella íntima y colectiva. Revelación. De ahí que sabe, también, que toda escritura es reescritura de otra futura o pasada.
Esa consciencia es la que le hace capaz de mostrarnos como catarsis todos esos estados de conflicto y aflicción configurados en el perfil emocional, social y cultural del hombre a través de los siglos.
Para muestra de ello están estos versos a través de los cuales el autor filtra esos estados:¨mi dolor enarbolo en mis mano/como ojos arrancados de mi cuenca¨; o estos: ¨y caen los guerreros/y los inocentes/y se hunden los rostros/en el polvo/y ya jamás verán/al cielo¨; o estos otros del poema III contenido en la segunda parte del libro, en donde suenan LOS SONIDOS DE LAS GUERRAS, diciendo: ¨truenan los gonges/y son como voces/que relatan toda la historia:/ya Helena se ha difuminado en la distancia/ya Troya ha caído/Atila con su espada/le rebana de un tajo la corona al cielo/y en una isla lejana/los indios se baten con los dioses/sin importar el tiempo.
Demasiado soberbia humana. Demasiado dolor, martirio, suplicio, padecimiento, angustia, persecución, tortura. Demasiada inmolación en el hombre. En fin, insolencia y sufrimiento en demasía. Y la aflicción como herencia y razón de estos estados y de estos versos de Daniel que son humanos. Y no es para menos, porque si ¨Babel ha nacido¨ como ¨el buitre de las almas¨ ¨apagando sed con sangre¨. Y, si encima de todo, en su arbitrariedad este ¨Armagedón puebla sus pesadillas¨ desde todas las ¨dimensiones habitadas de maldades¨, ha de inferirse que el calvario se cierne cíclico y eterno para los actores del drama existencial en que se vive y se seguirá viviendo mientras la humanidad persista en esta forma de jugar a vivir.
Desde este Armagedón, el dios asesinado puede afirmarse, entonces, que toda percepción de cuanto ha sentido, palpado, vivido y conocido el hombre, desde la misma génesis de la raza, está arquetipada en esas sensaciones reales u oníricas que nos quedan después de hojear la lectura histórica de la humanidad que el poeta nos presenta en esta propuesta.
Así, todos los ciclos cognitivos, afectivos y de flagelación del hombre están dados en cada pálpito de existencia como verdad, dejándose ver que nada queda en la nada y que en el vacío no hay vacío porque está el vacío. Así, esta poemática, se revela arcana porque referencializa esos pasajes místicos del fin como inicio en recurrencia y porque en ella lo recurrente es lo sustancial dentro del ciclo existencial. Así, en esta textualidad, la recurrencia de los eventos marca la pauta de la permanencia, ya que el fin como exterminio no se visibiliza total, y en ella sólo lo parcial sustancia lo real del montaje.
Ahí los actos serán siempre los mismos, serán perpetuos; no así los actores, las circunstancias, los parlamentos por donde se mueven las escenas del drama que cada uno es y representa en este entramado que alguien –director o poeta o dios- llama vida y que cada quien como individualidad o colectividad vive en albedrio según su visión interesada, porque como dice el propio poeta ¨antes de toda batalla/o exterminio/retumba primero/en las paredes/de algún despacho tranquilo/la voz de alguien/que juega a ser Dios/organizando/el mundo a su antojo/mientras agazapados los humanos/con sus manos hondean la tierra/y se duermen/seguros del espanto¨.
La linealidad espiral de las eras ha ejecutado sus acciones en el ritmo acentual del tiempo que oscila en los espacios dimensionales en donde el bien y el mal juegan su última partida de póker. Juego y acento desde el cual me alcanza el aromático aliento poético cesarvallegiano[11]. Así, este poemario de Daniel, es el muestrario evidente de la dramática realidad que respira la época actual, siendo la confrontación, el individualismo y la sed de poder la energía que oxigena su vitalidad.
En este punto del drama ya no es permisible tanta vejación, tantas calamidades, tantas deflagraciones. Se decide la suplantación, el recambio. El ciclo no debe parar. La continuidad es lo vital. El poeta, consciente o no, confabula. Se vuelve y asume su papel. Asume ese papel que dice Manuel Rueda tienen los poetas de estos tiempos: el de representantes de una realidad que cada día se torna más dramática y el de ser testigos de un mundo que desea una pronta transformación[12].
Así, Armagedón cumple su ciclo vital en el texto. Y sin la dirección del poeta entra a la escena de la muerte como lo hizo Cristo en la tierra[13]. El epígrafe nietzscheano: ¨Dios ha muerto. Parece que lo han matado los hombres¨, es la pasarela del anuncio del poeta, que nos dice en paralelo: ¨Armagedón ha muerto¨ y con su muerte: ¨el reino de los hombres/comienza¨.
En ese sentido la recurrencia y la continuidad del drama existencial sigue la espirálica dirección de la espera infinita hasta la eterna llegada de la mano que impondrá la redención de la raza. El poeta lo asume y dice: ¨Mil veces he muerto/otras tantas regreso/a contemplarte/mundo cómplice¨.
El discurso de estos poetemas se estructura como evidencia de crítica y autocrítica que enuncia, anuncia y denuncia el carácter de insensibilidad, de desgarre, de desaliento y desarraigo vital que se observa palpitante en estas sociedades de hoy. Discurso que se antoja compactible y entretejido al de poetas como Miguel Hernández[14], Gabriel Celaya[15] y Damoso Alonso[16] en España o al de René del Risco Bermúdez[17], Miguel Alfonseca[18] y Mateo Morrisón[19] en República Dominicana, porque desde el amargo y el desasosiego vital de sus cantos hay una floración de luz esperanzadora que destila por todos sus contornos un dulce optimismo que hace soñar un mejor vivir humano.
Así, desde esta vinculación, hemos de decir, entonces, y en vía contraria a lo que se plantea en algunas de las líneas del epílogo que acompañan los textos del poemario, queArmagedón, el dios asesinado no es una visión pesimista del futuro del mundo ni su presente, sino una puesta en escena de la realidad verdadera en la que se desarrolla y avanza el hombre.
Armagedón, el dios asesinado de Daniel Tejada es la nueva voz de la advertencia. La nueva voz que llama a la reflexión profunda de los actos globales y particulares de la humanidad. La nueva voz que enrostra la oscuridad del mundo para alertar la salida hacia la luz de la esperanza de una mejor existencia y de una mejor convivencia de la raza humana.
Esta es la realidad poética que Armagedón, el dios asesinado me deja tras su lectura junto a la esperanza de algunas coincidencias con su autor y cuantos lectores se acerquen a él.
[1] - Ver Ap. 16:16
[2] Entender como Guerras
[3] Ver Gn. 4: 3-15
[4] Ver en Gn. 2: 16, 17 y 3: 1…24
[5] Ver Ap. 6: 1…17; 8: 6…13; 9: 1…21 y 16: 1…21
[6] Daniel y Juan
[7] Referente a la escatología: ¨tratado de las realidades últimas¨ como La Muerte y el Fin del Mundo o Final de los Tiempos.
[8] Ver mitología romana.
[9] Ver Daniel 12: 4-6 ; Mateo 16:27 y 24: 27-31; 2Tesalonicenses 1:7 y 2:8 ; Apocalipsis 1: 7
[10] Ver en Poesía, Alianza Editorial 1977: La poesía es un arma cargada de futuro.
[11] Ver en Poesías Completas de la Colección Literaria Latinoamericana de Casas de las Américas: Los Heraldos Negros, Me estoy riendo y Piedra Negra sobre una piedra blanca, en Poemas Humanos. También, España, aparta de mí este cáliz.
[12] Manuel Rueda, prólogo a dos siglos de literatura dominicana, tomo I, Editora Corripio 1996
[13] Ver San Juan 19:4-30
[14] Ver en Obra Completa I, RBA Instituto Cervantes 2006, los poemas de Viento del Pueblo.
[15] Ver en Poesía, Alianza Editorial 1977: Tranquilamente Hablando. A Blas Otero y A Pablo Neruda (De las Cartas Bocarriba). Todos a Una ( De Cantos Iberos).
[16] Ver en Hijos de la Ira: El Ultimo Caín, Raíces del Odio, Yo, Insomnio, La injusticia.
[17] Ver en Poesía Completa correspondiente a las Obras Completas René del Risco Bermúdez de Ediciones Cielonaranja por Miguel De Mena: Meditación en la guerra, El viento frío, Por la Muerto de Todos y Palabras al Oído de un Héroe.
[18] Ver en Dos Siglos de Literatura Dominicana, Poesía II, Editora Corripio 1996: Coral Sombrío para Invasores y La Sangre que Frutece.
[19] Ver en Antología Poética, Editora Búho 008, Las palabras están ahí: Aniversario del dolor, La tierra rebelada, La ciudad post-guerra.